Capítulo
3
IGUALDAD LIBERAL
1. El proyecto de Rawls
a) INSTITUCIONES
Y UTILITARISMO
En el capítulo anterior
sostuve que necesitamos unas teorías del
reparto equitativo previo al cálculo de utilidades, puesto que existen límites
en la forma en que los individuos pueden ser sacrificados legítimamente en
beneficio del interés de otros. Si tenemos que tratar a los individuos a los
individuos como iguales, debemos proteger su tenencia de ciertos derechos y libertades. Pero ¿qué derechos y libertades?
Buena parte de la filosofía
política escrita en los últimos veinte años ha versado sobre estas cuestiones.
Existen algunas personas que, tal como hemos visto, continúan defendiendo el
utilitarismo. Sin embargo, se ha producido un profundo cambio desde aquellas
«antigua creencia, alguna vez ampliamente
aceptada, según la cual alguna forma de utilitarismo, si pudiésemos descubrir
la forma correcta, tendría que recoger la esencia de la moral política» (Hart,
1979, p.77), y la mayoría de los filósofos políticos contemporáneos ha esperado
encontrar una alternativa sistemática al utilitarismo. John Rawls fue el
primero en presentar tal alternativa en su libro Teoría de la Justicia, de 1971. Muchos otros han escrito acerca de la naturaleza contraria a nuestras
intuiciones del utilitarismo. Sin embargo Rawls comienza su libro quejándose de
que la filosofía política se encontraba atrapada entre dos extremos: el
utilitarismo por una parte, y un incoherente amasijo de ideas y principios por
el otro. A esta segunda opción que un conjunto de anécdotas basadas en
instituciones particulares acerca de problemas particulares.
El intuicionismo constituye
una alternativa insatisfactoria al utilitarismo, porque aun cuando realmente tengamos
intuiciones anti- utilitaristas con respecto a cuestiones particulares, también
queremos una teoría alternativa que de sentido a tales instituciones. Queremos
una teoría que muestre porque estos ejemplos particulares suscitan nuestra desaprobación.
Sin embargo el «intuicionismo» nunca fue más allá de dichas instituciones
iniciales para mostrar cómo están
relacionadas entre sí, ni para ofrecer
principios que las apoyen o les diese
una estructura.
Rawls describe las teorías intuicionistas con aquellas que
poseen las dos características siguientes:
Primera,
consisten en una pluralidad de principios básicos que pueden estar en conflicto
al dar soluciones contrarias a tipos de casos particulares; y segunda, no
incluye un método explicito, ni reglas de prioridad, se consideran más o menos
triviales o incapaces de proporcionar una ayuda sustancial para alcanzar un
juicio (1971, p. 34).
Existen muchos tipos de
intuicionismo, que pueden distinguirse por grado de generalidad de sus
principios.
El
intuicionismo del sentido común adopta la forma de grupos de preceptos más bien
específicos, aplicándose cada grupo a problemas particulares más bien justicia.
Existe un grupo de preceptos que se aplica a la cuestión de los salarios
justos, otro a los impuestos, otro más al castigo, y así sucesivamente. Para
llegar, digamos, a la noción de los salarios justos, tendremos que encontrar un
cierto equilibrio entre diversos criterios competitivos, por ejemplo, la
habilidad, la preparación, el esfuerzo, la responsabilidad y los riesgos del
empleo, así como dejar algún lugar para la a necesidad. Es muy posible que nadie
decida solo mediante uno de estos principios, lo que hace necesario
lograr algún tipo de compromiso entre ellos (1971, p. 35).
Pero los distintos
principios pueden ser también de una
naturaleza mucho más general. Así para la gente resulta habitual hablar acerca
de un equilibrio intuitivo entre igualdades y libertad, o entre igualdad y
eficiencia, y dichos principios se aplicaran a todos el ámbito de una teoría de
la justicias (1971, pp. 36-37). Estas aproximaciones utilitarias, ya sea en
cuanto a los preceptos específicos o los principios generales, no solo son teóricamente insatisfactorias,
sino que prestan poca ayuda en las cuestiones prácticas. Porque no nos ofrecen
ningún criterio para los casos de conflictos entre estos preceptos específicos
e irreductibles. Y es precisamente en el momento en que aparecen estos conflictos
cuando dirigimos nuestra mirada hacia la teoría política en busca de criterio.
Es importante, por lo tanto,
tratar de establecer alguna prioridad entre estos preceptos conflictivos. Estas
es la tarea que Rawls se propone a sí mismo: desarrollar una teoría política
exhaustiva que estructure nuestras distintas instituciones. El no asume que
exista tal teoría, sino simplemente que es valioso tratar de encontrarla.
Ahora
bien, no hay nada intrínsecamente irracional en esta doctrina intuicionista. De
hecho, puede ser cierta. No podemos dar por sentada que tenga que existir una
derivación cabal de nuestros juicios acerca de la justicia social a partir de
principios éticos reconocibles. El intuicionista
cree, por el contrario, que la complejidad de los hechos morales desafía
nuestros esfuerzos por dar una explicación
plena de nuestros juicios y que requiere una pluralidad de principios
competitivos. Alega que los intentos por ir más allá de estos principios, o
bien se reducen a la trivialidad como cuando se dice que la justicia social es
dar a cada uno lo que se le deba, o bien conduce a la falsedad y a la
simplificación en exceso, como cuando se resuelve todo mediante el principio de
utilidad. Por consiguiente. El único camino para impugnar el utilitarismo es
proponer criterios éticos reconocibles
que definan los valores que, a nuestro juicio, pensemos que es correcto dar a
la pluralidad de principios. Una
refutación del intuicionismo consiste también en presentar el tipo de criterios
constructivos que, según su tesis, no existen (1971, p. 39).
Por lo tanto, Rawls tiene cierta importancia histórica en la
ruptura del punto muerto intuicionista–utilitarista. Pero sus tesis son
importantes por otra razón. Su teoría domina el ámbito de la discusión, no en el sentido de
proporcionar un acuerdo, ya que muy pocas personas están totalmente de acuerdo
con ella, sino en el sentido de que los teóricos posteriormente se han definido
por oposición a Rawls. Explican su teoría contrastándola con la de Rawls. No seremos capaces de darle
sentido a los posteriores trabajaos sobre la justicia sino entendemos a Rawls.
b). LOS PRINCIPIOS DE
JUSTICIA
En la presentación de las
ideas de Rawls, primero ofreceré su respuesta a la cuestión de la justicia, y
luego discutiré los dos argumentos que
utiliza para tal respuesta. Su
«concepción general de la justicia»
cosiste en una idea central: « Todos los bienes primarios sociales ---
libertad y oportunidad, ingresos y riqueza, y los fundamentos de la propia
estima --- tienen que distribuirse de modo igual a menos que una distribución
desigual de algo de estos bienes o de todos ellos resulte ventajosa para los menos favorecidos » (1971, p. 303).
En esta «concepción general», Rawls vincula la idea de bienes sociales, pero
añade un giro importante. Tratamos a las personas como iguales no mediante la eliminación de todo tipo de desigualdades, sino solo de
aquellas que perjudican a alguien. Si algunas desigualdades benefician a todos,
favoreciendo aptitudes y energías socialmente útiles, entonces serán aceptables
para todos. Si dar a alguien más dinero del que tengo promueve mis intereses,
entonces la igual consideración de mis intereses sugiere que permitamos, y no
que prohibamos, tal desigualdad. Las desigualdades están permitidas si mejoran
mi porción igual inicial en el reparto, pero no lo están si, como en el
utilitarismo, se apropia de mi porción equitativa. La teoría de Rawls se funda en esta única y sencilla idea.
De todas formas, esta
concepción general no es todavía una teoría completa de la justicia, ya que los distintos bienes que pueden ser
distribuidos de acuerdo con dicho principio entrar en conflicto. Por ejemplo,
podríamos ser capaces de incrementar los ingresos de alguien, privándole de
alguna de sus libertades básicas. Esta distribución desigual de la libertad
beneficia a .los menos favorecidos de un modo (ingresos) pero no en otro
(libertad). ¿Qué ocurriría si una distribución desigual de los ingresos
beneficiase a todos en términos de ingresos, pero crease una desigualdad de
oportunidades que perjudicase a aquellos con menores ingresos? ¿Acaso estas
mejoras en los ingresos sobre las desventajas en la igualdad o la oportunidad?
La concepción general deja estas preguntas sin resolver, y por lo tanto no
soluciona el problema que hacía que las teorías intuicionistas no sirviesen de
gran ayuda.
Necesitamos un sistema de
prioridades entre los diferentes elementos de la teoría. La solución de Rawls
es la de descomponer la concepción general en tres partes, que resultan
ordenadas de acuerdo con un principio de «prioridad lexicológica».
Primer
Principio: Cada persona ha de tener un derecho igual al más amplio y total
sistema de libertades básicas, compatible con un sistema similar de libertades
para todos.
Segundo
Principio: Las desigualdades económicas y sociales tienen que estructurarse de
manera que redunden en:
(1)
mayor
beneficio de los menos aventajados, de acuerdo con un principio de ahorro
justo,
(2)
unido
a que los cargos y las funciones sean asequibles a todos, bajo condiciones de
justa igualdad de oportunidades.
Primera Norma de Prioridad (La Prioridad
de la Libertad): Los principios de
justicia tienen que clasificarse en un orden lexicológico, y, por tanto, las
libertades básicas sólo pueden limitarse a favor de la libertad en sí misma.
Segunda Norma de Prioridad (La Prioridad
de la Justicia sobre la Eficacia y el Bienestar): El segundo principio de la
justicia es lexicológicamente anterior al principio de la eficacia, y al que
incrementa la suma de ventajas; y la igualdad de oportunidades es anterior al
principio de diferencia (1971, pp. 302-303).
Estos
principios forman la «concepción especial» de la justicia, y tratan de
proporcionar el criterio sistemático que el intuicionismo no podía darnos. De
acuerdo con estos principios, algunos bienes sociales son más importantes que
otros, y por lo tanto no pueden ser sacrificados en favor de una mejora de esos
otros bienes. La igualdad de libertades tiene prioridad sobre la
igualdad de oportunidades, que a su vez tiene prioridad sobre la igualdad de
recursos. Sin embargo, dentro de cada categoría, la sencilla idea de Rawls
permanece: una desigualdad sólo puede permitirse si beneficia a los menos
favorecidos. Por lo tanto, las reglas de prioridad no afectan el principio
básico de un reparto igual, el cual permanece en cada categoría.
Estos
dos principios configuran la respuesta de Rawls a la cuestión de la justicia.
Pero todavía no hemos visto los argumentos a su favor. En este capítulo me
centraré en los argumentos de Rawls a favor del segundo principio, al que llama
el «principio de diferencia», que rige la distribución de los recursos económicos.
No discutiré el principio de la libertad, ni por qué Rawls le otorga prioridad,
hasta capítulos posteriores. De todas maneras, es importante observar que Rawls
no defiende un principio general de libertad tal que cualquier cosa que pueda
plausiblemente ser llamada libertad deba tener una prioridad primordial. Más
bien, apoya lo que llama las «libertades básicas», por las que entiende los
habituales derechos civiles y políticos
reconocidos en las democracias liberales: el derecho al voto, el de presentarse
para un cargo, el derecho a un juicio justo, la libertad de expresión, la libre
circulación, etc. (1971, p. 61). Estos derechos son muy importantes para los
liberales; una forma precisamente de distinguir el liberalismo es que dé
prioridad a las libertades básicas.
De
todos modos, el presupuesto según el cual los derechos civiles y políticos
deberían tener prioridad es ampliamente compartido en nuestra sociedad. Como
resultado, las diferencias entre Rawls y sus críticos han tendido a centrarse
en otras cuestiones. La idea de que la gente debería contar con la protección
de sus libertades básicas es la parte menos controvertible de su teoría. Sin
embargo, mi rechazo del utilitarismo se basa en la necesidad de una teoría de
un reparto equitativo también en cuanto a los recursos económicos, y esto ya
resulta más controvertido. Algunas personas rechazan la idea de una teoría de
un reparto equitativo de recursos económicos, y aquellos que la aceptan tienen
puntos de vista muy diferentes acerca de la forma que debería adoptar tal
teoría. La cuestión sobre la distribución de recursos es central para el giro
desde el utilitarismo a las otras teorías de la justicia que examinaremos. De
ahora en adelante, me centraré en la explicación de Rawls sobre el principio de
diferencia.
Rawls
tiene dos argumentos a favor de sus principios de justicia. Uno es el de oponer
su teoría a aquella que toma por la ideología predominante respecto de la
justicia distributiva, esto es, el ideal de la igualdad de oportunidades. Rawls
sostiene que su teoría se ajusta mejor a las intuiciones que tenemos en cuenta
respecto de la justicia, y que explica detalladamente los mismos ideales sobre
la equidad a los que apela la ideología predominante. El segundo argumento es
bastante diferente. Rawls mantiene que sus principios de justicia son
superiores porque son el resultado de un contrato social hipotético. Afirma que
si en un cierto tipo de Estado presocial la gente tuviera que decidir qué
principios de justicia tendrían que regular la sociedad, elegirían sus
principios. En lo que Rawls llama la «posición original», cada persona tiene un
interés racional en adoptar los principios rawlsianos para regular la
cooperación social. Este segundo argumento ha recibido las consideraciones más
críticas, y es aquel por el cual Rawls es más famoso. Sin embargo no es un
argumento fácil de interpretar, y nos podremos manejar mejor con él si
comenzamos con el primer argumento.1
2. El argumento intuitivo a favor de la
igualdad de oportunidades
La
justificación predominante en nuestra sociedad a favor de la distribución de
recursos se basa en la idea de la «igualdad de oportunidades». Se acepta que
las desigualdades de ingresos, prestigio, etc., están justificadas si y sólo si
hubo una competición equitativa en la
1.
Rawls tiene varios argumentos secundarios para sus
dos principios de justicia. Por ejemplo, Rawls dice que sus principios
satisfacen la exigencia de «publicidad» (Rawls, 1971, p. 133) y «estabilidad»
(1971, pp. 176-182) más plenamente que otras posturas alternativas de justicia.
Los principios de justicia tienen que ser públicamente conocidos y fácilmente
aplicables, y el sentido de justicia correspondiente debe ser estable y
autorreforzable (esto es, la «tensión del compromiso» no debe ser demasiado
grande), En ocasiones, Rawls concede considerable peso a tales argumentos para
defender su teoría, pero ellos por sí mismos no generan una determinada teoría
de la justicia, y por lo tanto son secundarios respecto de los dos argumentos
principales que discuto. Para una síntesis de los argumentos secundarios, véase
Parekh (1982, pp. 161-162).
adjudicación de las
funciones y situaciones que condujeron a tales beneficios. Es aceptable pagarle
a alguien un salario de 100.000 dólares mientras que el promedio nacional es de
20.000 si hubo una justa igualdad de oportunidades, es decir, si nadie resultó
desfavorecido en razón de su raza, sexo, o procedencia social. Tal desigualdad
de ingresos es justa con independencia de si los que están peor se beneficiaron
con motivo de dicha desigualdad. (Esto es lo que Mackie quería decir con su
«derecho a una partida equitativa»; véase cap. 2, apartado 5 B.)
Esto entra en conflicto con la
teoría de Rawls, porque aunque este también exige igualdad de
oportunidades en la asignación de situaciones, niega que las personas a una
porción mayor de los recursos sociales. Una sociedad rawlsiana puede llegar a
pagar a dichas personas más que al común de los ciudadanos, pero solo si al
hacerlo se acaba beneficiando a todos los miembros de la sociedad, conforme al
principio de diferencia, las personas solo pueden reclamar una porción mayor de
recursos en caso de poder demostrar que de ese modo se van a beneficiar aquellos
que tienen una porción menor.
¡¿Por qué en nuestra sociedad, la idea de la
igualdad de los recursos les parece a muchos equitativa? Porque asegura que el
destino de las personas este determinado por sus elecciones, y no por sus
circunstancias. Si persigo alguna ambición persona l en una sociedad en la que
rife la igualdad de oportunidades, mi
éxito o mi fracaso vendrá determinado por mis rendimientos, y no por mi raza,
mi clase social, o mi sexo. En una sociedad en la que nadie se encuentra
privilegiado o desfavorecido por sus circunstancias sociales, el éxito de la
gente (o su fracaso) será el resultado de sus propias elecciones y esfuerzos.
En consecuencias, cualquier éxito que alcancemos resultara
<<ganado>> y no simplemente asignado. En una sociedad con igualdad
de oportunidades, los ingresos desiguales son equitativos, ya que el éxito es
<<merecido>> y se adjudica a aquellos que se lo han
<<ganado>>.
Existe desacuerdo sobre qué es lo necesario para
asegurar una igualdad de oportunidades equitativa. Algunos creen que es suficiente con que las leyes no
discriminen en la educación y el empleo. Otros sostienen que se requieren
programas para que los miembros de grupos económica y culturalmente
desfavorecidos gocen de una autentica igualdad de oportunidades en la
adquisición de las circunstancias y aptitudes necesarias para el éxito
económico. No obstantes, en todos los casos, la idea motivadora central es la
siguiente: es justo que los individuos tengan porciones desiguales de bienes
sociales. En la medida en que dichas desigualdades hayan sido ganadas y
merecidas por los individuos, esto es, en la medida en que sean el resultado de
sus acciones y decisiones. En cambio es injusto que algunos individuos acaben
siendo desfavorecidos o privilegiados por diferencias arbitrarias y no
merecidas en sus circunstancias sociales.
Rawls reconoce el atractivo de esta postura. Todo y
así, existe otra fuente de desigualdades inmerecidas que aquí se pasa por alto.
Es cierto que las desigualdades sociales son inmerecidas, y que por tanto es injusto que el destino de
alguien empeore por dichas desigualdades. Pero lo mismo puede decirse acerca de
las desigualdades en las cualidades naturales. Nadie merece nacer con una
discapacidad, o con un coeficiente intelectual de 140, del mismo modo que no se
merece nacer en una clase social, sexo, o raza.
Si es injusto que el destino de la gente resulte influido por estos
factores, entonces no queda claro por qué no se admite que la misma injusticia
está presente cuando se permite que el destino de alguien quede determinado por
aquellos factores. La injusticia en cada caso es la misma: las porciones
distributivas no debieran estar influidas por factores que son arbitrarios
desde el punto de vista moral. Las cualidades naturales y las circunstancias
sociales son ambas cuestiones de pura suerte, y las pretensiones morales de las
personas no debieran depender de ese puro azar.
Por consiguiente, el ideal de <<igualdad de
oportunidades>> predominante es <<cierto>>, porque
<<una vez que nos sentimos molestos por la influencia de las
contingencias sociales o el natural azar en la distribución de las porciones
distributivas, estamos abocados, al reflexionar, a sentirnos incomodos por la
influencia de las otras. Desde un punto de vista moral ambas parecen igualmente
arbitrarias>> (1971). De hecho, Dworhin afirma que el carácter inmerecido
de las ventajas naturales convierte no tanto en incierta con en
<<fraudulenta>> la visión predominante (Dworkin, 1985).Esta sugiere
que la eliminación de las desigualdades sociales deja a cada persona con una
oportunidad igual de adquirir beneficios sociales, y por tanto sugiere que
cualquier tipo de diferencia de ingresos entre individuos resulta
<<ganada>>, un producto del esfuerzo o de las elecciones de los
individuos. No obstante, los desfavorecidos por la naturaleza no tienen la
misma oportunidad de adquirir beneficios sociales, y su falta de éxito no tiene
nada que ver con sus elecciones o sus esfuerzos. Si estamos realmente
interesados en eliminar las desigualdades no merecidas, entonces la visión
predominante sobre la igualdad de oportunidades es inadecuada.
La atractiva idea que se encuentra en la base de la
visión predominante es que el destino de las personas debería tener determinado
por sus elecciones- sus decisiones acerca de los modos en que quieren llevar
adelante sus vidas- y no por las circunstancias en las que terminan
encontrándose. Sin embargo, la visión predominante solo reconoce las
diferencias en las circunstancias sociales, mientras que las ignora en las
cualidades naturales ( o las trata como si fueran producto de nuestras
elecciones). Este es un límite arbitrario con respecto a la aplicación de la
intuición central.
¿Cómo deberíamos tratar las diferencias en las
cualidades naturales? Algunas personas, tras haber considerado los paralelismos
que existen entre las desigualdades sociales y las naturales, entienden que
nadie debería beneficiarse a partir de sus desigualdades naturales. Pero, como
mantiene Rawls mientras:
Nadie merece una mayor capacidad natural ni tampoco
un lugar inicial más favorable en la sociedad…. Esto no es razón, por supuesto,
para ignorar y mucho menos para eliminar estas distinciones. Hay otra manera de
operar con ellas que es configurar la estructura básica de modo tal que estas
contingencias operen en favor de los menos afortunados. Nos vemos así
conducidos al principio de la diferencia si es que queremos diseñar el sistema
social de manera que nadie obtenga beneficios o perdidas debidos a su lugar
arbitrario en la distribución de cualidades naturales o a su posición inicial
en la sociedad, sin haber dado o recibido a cambio las ventajas compensatorias
(1971).
Mientras que nadie debería sufrir por la ascendencia de las desigualdades naturales no
merecidas, puede haber casos en lo que todos se beneficien de tal influencia.
Nadie merece beneficiarse de sus capacidades naturales, pero no es injusto
permitir tales beneficios cuando resultan ventajosos para aquellos menos afortunados en la << lotería
natural>>. Y esto es precisamente
lo que sostiene el principio de diferencia. Este es el primer argumento de
Rawls para su teoría de las porciones equitativas. Conforme a la visión
predominante, personas con mayores aptitudes pueden esperar, de modo natural,
un ingreso mayor. Sin embargo, dado que aquellos que tienen más aptitudes no
merecen las ventajas que tienen, sus mayores expectativas << serán justas
si y solo si funcionan integradas dentro de un esquema que mejore las
expectativas de los miembros menos favorecidos de la sociedad>> (1971).
De este modo llegamos al principio de diferencia a partir del examen de la
visión predominante acerca de la igualdad de oportunidades. Como afirma Rawls:
<< una vez que intentamos encontrar una formulación (de la idea de
igualdad de oportunidades) que trate a todos los hombres por igual en cuanto
personas morales y que no considere su participación en los beneficios y cargas
de la cooperación social de acuerdo con su fortuna o con su suerte en la
lotería natural, ( el principio de diferencia) resultará la mejor elección entre
las… alternativas>> (1971, p.75).
Este es el primer argumento.
Considero que la premisa básica del argumento es correcta. La visión
predominante acerca de la igualdad de oportunidades es incierta, y deberíamos
reconocer que el lugar que ocupamos en la distribución de las cualidades naturales es moralmente
arbitrario. Más la conclusión no es tan
acertada. Del hecho de que las desigualdades
naturales y sociales sean arbitrarias, podría seguirse que ese tipo de
desigualdades deberían influir en la
distribución solo cuando redunden en beneficio de los que están peor. Sin
embargo, el principio de diferencia dice que todas las desigualdades deben
redundar en beneficio de los que están peor. ¿Qué ocurriría entonces si yo no hubiese nacido en
un grupo socialmente privilegiado, ni hubiese nacido con aptitudes especiales,
y aun así mis propias elecciones y mi
esfuerzo me hubieran asegurado ingresos mayores que a otros? En este
argumento nada explica por qué el
principio de diferencia se aplica a todas las desigualdades, y no solo a aquellas que provienen de factores moralmente arbitrarios. Retomare
a este punto tras el examen del segundo argumento.
3.
El argumento del contrato social
Rawls considera que el
primer argumento a favor de sus principios de justicia es menos importante que
el segundo. Su principal argumento es el del <<contrato social >>,
un argumento acerca del tipo de moralidad política que la gente elegiría si
tuviera que fundar la sociedad a partir de un <<situación original>>.Como
dice Rawls respecto del argumento que acabamos de examinar:
Ninguna de las observaciones precedentes [acerca de
la igualdad de oportunidades] representa un argumento a favor de esta
concepción [de justicia] ya que, estrictamente hablando, en una teoría
contractual todos los argumentos habrán de hacerse en términos de lo que sería racional convenir en la
situación original. Aquí, de lo que me ocupo es de preparar el camino para la
interpretación favorable de los principios, de modo que estos criterios,
especialmente el [principio de diferencia], no le parezcan exagerados al lector
(1971, p. 75).
De esta forma Rawls concibe
su primer argumento intuitivo simplemente como una preparación del terreno para
su argumento real, que se basa en la idea del contrato social, esta es una
estrategia inusual, ya que los argumentos del contrato social suelen
considerarse débiles, y Rawls parece estar relegando un argumento bastante
sólido a un papel de mero apoyo del
argumento, más débil, del contrato social.
¿Por qué se piensa que los
argumentos del contrato social son poco solidos? Porque parecen basarse en
presupuestos no admisibles. Se nos pide que imaginemos un estado natural
anterior a toda autoridad política. Cada persona vive por cuenta propia, en el
sentido de que no existe una autoridad
superior con el poder de exigir obediencia a los demás, ni con la
responsabilidad de proteger sus intereses
o posesiones. La pregunta es: ¿Qué tipo de contrato suscribirán
tales individuos, en estado natural,
respecto al establecimiento de una
autoridad que vendría a tener tales poderes y responsabilidades? Una vez
conocemos los términos del contrato, pasamos a saber cuáles son las
obligaciones del gobierno, y a que es lo
que los ciudadanos están obligados.
Distintos teóricos han usado
este método- Hobbes, Locke, Kant, Rousseau- y han llegado a respuestas
diferentes. Pero todos se han visto sujetos
a la misma crítica, a saber, que nunca existió tal estado natural, o tal
contrato. En consecuencia, ni los ciudadanos ni el gobierno están limitados por
él. Los contratos solo generan obligaciones si son acordados. Podemos decir de
un cierto acuerdo que es el contrato que
la gente hubiera firmado en un estado natural, y que por lo tanto es un acuerdo
hipotético. Pero como señala Dworkin:
<<un contrato hipotético no es
simplemente una forma desviada de un contrato real; lisa y llanamente no es un
contrato>> (Dworkin, 1977, p.151). La idea de que estamos limitados por
el contrato que aceptaríamos en el estado natural implica:
Que
puesto que un hombre habría mostrado su acuerdo con ciertos principios si le
hubieran preguntando de antemano, es justo aplicarle esos principios más
adelante, en circunstancias diferentes y cuando él no está de acuerdo. Pero el
argumento es incorrecto. Supongamos que yo no sabía, el lunes, el valor de un
cuadro; si ese día usted me hubiera ofrecido 100 dólares por él, habría
aceptado. El martes descubrí que era valioso. Usted no puede argumentar que
sería justo que los tribunales me
obligaran a vendérselo el miércoles por
100 dólares. Puede ser una suerte para
mí que a usted no se le haya ocurrido
comprármelo el lunes, pero eso no
justifica que más adelante se ejerza coerción alguna sobre mí (Dworkin, 1977, p
152).
Así, la idea de un contrato
social parece o absurda (si es que se basa en acuerdos reales) o moralmente
insignificante (si se basa en acuerdos hipotéticos).
No obstante, como observa
Dworkin, existe otra posible interpretación de los argumentos del contrato
social. Deberíamos pensar en el contrato, no en primer lugar como acuerdo, real
o hipotético, sino como un medio para identificar la implicaciones de ciertas
premisas morales relativas a la igualdad
moral de las personas. Invocamos la idea del estado natural no para encontrar
los orígenes sociales de la sociedad, o las obligaciones históricas de
gobiernos e individuos, sino para
conformar la idea de la igualdad moral
de los individuos.
La idea de ser morales iguales contiene la pretensión
de que ninguno de nosotros se encuentra inherentemente subordinado a la
voluntad de otro, que ninguno de nosotros llega al mundo como propiedad de
otro, o como súbdito. Todos nacimos libres e iguales. A lo largo de una buena
parte de la historia, muchos grupos vieron negada su igualdad: en las
sociedades feudales, por ejemplo, los campesinos eran considerados subordinados
naturales de los aristócratas. La misión histórica de los liberales clásicos
como Locke fue la de negar esta premisa feudal. Y la manera en que manifestaron
su negativa con respecto a que algunas personas se encontraban de forma natural
subordinadas a otros fue la de imaginar un estado natural en el que las
personas fueran iguales en cuanto a su status.
Como dijo Rousseau: <<el hombre nace libre, y aun así, en todas
partes se encuentra encadenado>>. La idea de un estado natural no
representa, entonces, una pretensión antropológica acerca de la existencia de
seres humanos presociales, sino una pretensión moral acerca de la ausencia de
una subordinación natural entre los seres humanos.
De todas maneras, los liberales clásicos no
eran unos anarquistas que creyesen que los gobiernos jamás serian aceptables.
Los anarquistas opinan que las personas no pueden nunca llegar a tener
autoridades legítimas, y que nunca podrían ser legítimamente compelidas a
obedecer a tal autoridad. Puesto que dichos liberales no eran anarquistas, la
cuestión más acuciante era la de cómo explicar que las personas que nacían
libres e iguales llegasen a ser gobernadas. La respuesta, aproximadamente, era
esta: debido a las incertezas y carencias propias de la vida en sociedad, los
individuos, sin abandonar su igualdad moral, aceptarían ceder ciertos poderes
al Estado, pero solo si dicho Estado usara tales poderes en fidecoismo, para la
protección de los individuos frente a tales incertezas y carencias. Si el
gobierno traicionara esa confianza y abusara de sus poderes, los ciudadanos
dejarían de tener la obligación de obedecer, y tendrían, por supuesto, el
derecho a rebelarse. Que algunas personas tengan poder para gobernar a los
demos es compatible con el respeto a la igualdad moral, porque los gobernantes
solo tienen ese poder en fidecoismo, para la protección y la promoción de los
intereses de los gobernados.
Este es el tipo de teorías que Rawls adapta.
Como el señala: <<mi objetivo es presentar una concepción de la justicia
que generalice y lleve a un nivel más elevado de abstracción la conocía teoría
del contrato social tal como se encuentra, digamos, en Locke, Rousseau y Kant
>> (1971, p. 11). El objetivo de contrato es el de determinar principios
de justicia desde una posición de igualdad, en la teoría re Rawls:
La
posición original de igualdad corresponde al estado al estado natural en la
teoría tradicional del contrato social. Por supuesto que la posición original
no está pensada como un estado de cosas históricamente real, y mucho menos como
una situación primitiva de la cultura. Se considera como una situación
puramente hipotética, caracterizada de tal modo que conduzca a una cierta
concepción de la justicia (1971, p. 12).
Mientras que la posición
originaria de Rawls se
<<corresponde>> con
la idea de estado natural, también difiere de ella, porque Rawls cree que el
aceptado estado natural no es realmente una <<posición inicial de
igualdad>> (1971, p. 11). Que es donde su argumento contractual se
combina con su argumento intuitivo. La explicación usual del estado natural no
es equitativa porque algunas personas tienen más poder de negociación que otras
– más aptitudes naturales, recursos iniciales, o pura fuerza física- y están
capacitadas para resistir más tiempo hasta llegar a un mejor acuerdo, mientras
aquellos que son menos fuertes o poseen menos aptitudes tienen que hacer
concesiones. Las incertidumbres del estado natural afectan a todos, pero
algunas personas pueden hacerles frente mejor, y no van a aceptar un control
social, a menos que estés les atrinchere en sus ventajas naturales. Esto, lo
sabemos, no resulta equitativo desde la óptica de Rawls. Dado que estas
ventajas naturales no son merecidas, no deberían privilegiar o desfavorecer a
la gente en la determinación de los principios de justicia.2
Por ello se hace necesario un nuevo
instrumento para descubrir las implicaciones de la igualdad moral, un
instrumento que impida que la gente se aproveche de sus ventajas arbitrarias al
elegir los principios de justicia. Esta es la razón por la que Rawls desarrolla
su
2.
es esta condena de la justicia inherente al estado natural tradicional la que
distancia a Rawls de la tradición contractual, una tradición que va desde
Hobbes teóricos recientes como Davis Gauthier y James Buchanan. Como Rawls,
ellos tienen la esperanza de generar principios para regular la vida social a
parir de la idea de un acuerdo en una posición inicial. Sin embargo, a
diferencia de Rawls, el acuerdo aspira a la obtención de ventajas mutuas, no a
la justicia, y por lo tanto es lícito y en verdad esencial, que la situación
inicial refleje las diferencia en el poder de negociación que tienen lugar en
el mundo real. Discutiré esta segunda aproximación contractual en el capitula
4, y me preguntare si estas teorías de las ventajas mutuas deberían tener o no
la consideración de teorías de la justicia.
peculiar interpretación,
conocida como la <<posición original>>. En esta corregida posición
original, la gente se encuentra tras un <<velo de la ignorancia>>
de tal modo que
Nadie
sabe cuál es su lugar en la sociedad, su posición, su clase o status social; nadie conoce tampoco cuál
es su suerte con respecto a la distribución de ventajas y capacidades
naturales, su inteligencia, su fortaleza, etc. Supondré, incluso, que los
propios miembros del grupo no conocen sus concepciones acerca del bien, ni sus
tendencias psicológicas especiales. Los principios de justicia se escogen
detrás de un velo de ignorancia. Esto asegura que los resultados del natural
azar o de las contingencias de las circunstancias sociales no darán a nadie
ventajas ni desventajas al escoger los principios. Dado que todos se hallan en
la misma situación y que nadie es capaz de precisas principios que favorezcan
su condición particular, los principios de justicia serán el resultado de un
acuerdo o de un convenio justo (1971, p. 12).
Muchos críticos han visto
esta pretensión de que la gente se distancie del conocimiento de su trasfondo
social y de sus deseos individuales como evidencia de una extraña teoría de
identidad individual. ¿Qué es lo que queda de uno mismo cuando se excluye todo
ese conocimiento? Es difícil imaginarse detrás de aquel velo de la ignorancia,
mucho más difícil que imaginarse en el tradicional estado natural, donde al
menos los personajes de ficción se encontraban relativamente completos tanto en
mente como en cuerpo.
Pero el velo de la
ignorancia no es la expresión de una teoría de la identidad personal. Es una
prueba intuitiva de equidad, como cuando tratamos de asegurar la división
equitativa de un pastel asegurándonos de que la persona que lo corta no conoce
cuál va a ser el pedazo que cogerá.3 Analógicamente, el velo de la
ignorancia asegura que aquellos que podrían ser capaces de influir en su favor
en el proceso de selección, debido a su mejor posición, sean incapaces de
hacerlo. Como dice Rawls:
No
debemos dejarnos confundir, entonces, por la condiciones algo inusitadas que
caracterizan la posición original. La idea es aquí, sencillamente, la de
presentarnos de una
3. Rawls dice que el
caso de la elección de principios de justicia es diferente, en un sentido
importante, de cortar un pastel sin saber qué trozo le tocará a uno. Llama al
primer caso un ejemplo de justicia procesal pura, mientras que el segundo es de
justicia procesal perfecta. En cada caso, se supone que el procedimiento lleva
a resultados justos. Pero en el primer caso no existe un criterio independiente
y ya dado acerca de que es lo justo mientras que en el último caso si lo hay
(Rawls, 1980, p 523). Pero el contraste no es en realidad tan marcado en este
caso, puesto que, como veremos, existen algunos criterios independientes y ya
dados para evaluar los resultados de la posición original. En todo caso, las
dos situaciones comparte un aspecto acerca del cual estoy llamando la atención:
el uso de la ignorancia para asegurar decisiones imparciales.
manera
clara las limitaciones que parece imponer a los razonamientos sobre los
principios de la justicia y, por tanto, sobre los principios mismos. Así pues,
parece razonable y aceptable de forma general que nadie se halle en una
posición ventajosa o desfavorable en virtud del azar o de las circunstancias
sociales al escoger los principios. Pero también parece ampliamente aceptado
que debiera ser imposible proyectar principios para las circunstancias de
nuestro propio casi… De este modo se llega al velo de la ignorancia de una
manera natural (1971,pp. 18-19)
La posición original intenta
“representar la igualdad entre los seres humanos como personas morales”, y los
principios de justicia resultantes son aquellos que las personas “consentirían
en cuanto seres iguale, cuando saben que ninguno de ellos se encuentra
favorecido por contingencias sociales y naturales”. Deberíamos ver la posición
original como un “recurso expositivo” que “resume el significado” de nuestras
nociones de equidad y “nos ayuda a extraer sus consecuencias” (1972, pp.19,
21).
Así pues, el argumento de
Rawls no es que una cierta concepción de la igualdad se derive de la idea de un
contrato hipotético. Esto se encontraría sujeto a todas las objeciones
mencionadas por Dworkin. Más bien, el contrato hipotético es una manera de
conformar una cierta concepción de la igualdad y de extraer las consecuencias
de dicha concepción para la justa regulación de las instituciones sociales.
Eliminando las fuentes de la parcialidad y exigiendo unanimidad, Rawls espera
encontrar una solución aceptable para todos, desde una posición de igualdad, es
decir, que respete la pretensión de cada persona de ser tratada como un ser
libre e igual.
Puesto que la premisa del
argumento es la igualdad, y no el contrato, para criticarlo es necesario probar
que no representa una concepción adecuada de la igualdad. No es suficiente, en
verdad es irrelevante, decir que el contrato es históricamente inadecuado, o
que el velo de la ignorancia es psicológicamente irreal. La cuestión no es si
la posición originaria existió alguna vez, sino si es probable que los
principios que sería elegido en ella resulten equitativos, dada la naturaleza
del proceso de selección.
Incluso si aceptamos la idea
del contrato social Rawls como un instrumento para encarnar una concepción de
la igualdad, está lejos de resultar claro cuales sería los principios realmente
elegidos en la posición original. Rawls, por supuesto, piensa que el principio
de diferencia sería el elegido. Pero aquí su argumento se supone independiente
del primer argumento intuitivo, aquel relativo a la igualdad de oportunidades.
Como hemos visto, no considera pertinente, <<estrictamente
hablando>>, ese tipo de argumento en una teoría contractual.
De ahí que el principio de
diferencia sea sólo una de las muchas elecciones posibles que podrían realizar
los participantes en la situación original.
¿Cómo resultan elegidos los
principios de justicia? La idea básica es esta: aunque no sabemos qué situación
ocuparemos en la sociedad, o qué objetivos tendremos, existen ciertos bienes
que sí querremos o necesitaremos para vivir una buena vida. Cualesquiera que
sean las diferencias entre los planes de vida individuales, todos comparten una
cosa: todos implican vivir una vida. Como sostiene Waldron: << existe
algo así como la búsqueda de una concepción de buena vida que todas las
personas, aun aquellas con los compromisos más diversos, podemos decir que
asumen... aunque las personas no compartan sus ideales con los demás al menos
todas ellas pueden abstraer de sus experiencias un sentido acerca de lo que
representa estar comprometido con un ideal de buena vida>> (Waldron,
1987, p. 145; cf Rawls, 1971, pp. 92- 95, 407- 416). Todos estamos
comprometidos con un ideal de buena vida, y algunas cosas son necesarias para
lograr estos compromisos, cualesquiera que sean sus contenidos. En esta teoría
de Rawls, tales cosas son llamadas <<bienes primarios>>. Existen
dos tipos de bienes primarios:
(1) bienes primarios sociales: bienes que son
directamente distribuidos por las instituciones sociales, como los ingresos y la
riqueza, las oportunidades, los poderes, malos derechos y las libertades;
(2) bienes primarios naturales: bienes como
la salud, la inteligencia, el vigor, la imaginación, y las aptitudes naturales,
que resultan afectados por las instituciones sociales, pero que no son
directamente distribuidos por ellas.
En la elección de estos
principios de justicia, las personas, que se hallan tras el velo de la
ignorancia, tratan de asegurar que tendrán el mejor acceso posible a aquellos
bienes primarios distribuidos por las instituciones sociales (es decir, los
bienes sociales primarios). Esto no significa que el egoísmo subyazca a nuestro
principio de justicia. Dado que nadie conoce en qué situación se hallará,
decirle a la gente que decida qué es lo mejor para ella misma tiene la misma
consecuencia que pedirle qué es lo mejor para todos considerados
imparcialmente. Para decidir tras un velo de ignorancia qué principios
promoverán mi bien, debo ponerme en el lugar de cada persona en la sociedad y
ver qué es lo que promueve su bien, dado que puedo terminar siendo cualquiera
de esas personas. El presupuesto del propio interés racional, combinado con el
celo de la ignorancia, <<logra el mismo propósito que la bondad>> (Rawls,
1971, p. 148), porque debo identificarme con cada persona en la sociedad y
tomar en cuenta su bien como sintiera el mío propio. De este modo, los acuerdos
suscritos en la situación original otorgan igual consideración a cada persona.
Los participantes de la
situación original tratan de asegurarse el mejor acceso posible a los bienes
primarios que les permita vivir una vida que valga la pena, sin saber dónde
irán a parar en la sociedad. Existen todavía muchos principios diferentes que
podrían elegir. Podrían escoger una distribución igual de bienes primarios
sociales para todas las situaciones sociales. Pero Rawls mantiene que esto es
irracional cuando algunas desigualdades -- verbigracia, aquellas a las que se
ayuda por el principio de diferencia -- mejoran el acceso de todos a los bienes
primarios. Podrían elegir un principio utilitarista que impela a las
instituciones sociales a distribuir sus bienes primarios de tal suerte que se
incremente al máximo la utilidad en la sociedad. Esto desarrollaría hasta su
grado más alto la utilidad media de los participantes de la situación original
podrían esperar tener en el mundo real, y, en algunas formulaciones de la
racionalidad, está se convertiría en una elección racional. Pero también supone
el riesgo de que usted sea uno de los finalmente sacrificados en favor de un
bien mayor para los demás. Esto hace que sus libertades, posesiones, e incluso
su vida sean vulnerables ante las preferencias egoístas e ilegítimas de otros.
Por supuesto, esto le deja desprotegidos precisamente en aquellas situaciones
en las que es más probable que necesite protección, es decir, cuando sus
creencias, color de piel, sexo, o capacidades naturales lo conviertan en
impopular, o simplemente en prescindible para la mayoría. En algunas descripciones de la racionalidad
esto convertiría el utilitarismo en una elección irracional, ya que lo racional
es garantizar que sus derechos básicos y sus recursos sean protegidos, aun si
por este medio usted reduce sus posibilidades de recibir otros beneficios
además de los bienes básicos que pretenda proteger. En consecuencia, existen diferentes
explicaciones acerca de qué es lo que resulta racional hacer en dicha situación
-- la racionalidad de aventurarse en el juego, contra la racionalidad de jugar
sobre seguro --. Si supiéramos cuáles serían las probabilidades de que nuestros
derechos básicos fuesen violados en una sociedad utilitarista, estaríamos en
mejores condiciones de saber cuán racional es aventurarse en el juego. Pero el
velo de la ignorancia excluye obtener tal información. La racionalidad de jugar depende también de
si la personalidad de uno es contraria al riesgo o no: a algunas personas no
les preocupa asumir riesgos, otras prefieren la seguridad. Pero el velo de la
ignorancia también excluye el conocimiento de los gustos personales. ¿Cuál es
entonces la elección racional? Rawls dice que lo racional es adoptar una
estrategia de <<maximin>>, esto es, usted maximiza lo que
recibiría en caso de ir a parar al mínimum
o peor posición. Como afirma Rawls, maestro es cómo proceder conforme al
presupuesto de que su peor enemigo vaya a decidir la posición que usted ocupará
(Rawls, 1971, pp. 152 -153). Como resultado, usted elige un sistema que
maximice la porción mínima asignada conforme a tal sistema.
Por ejemplo, imagínese que en el mundo de
tres personas los posibles esquemas distributivos son los siguientes:
1. 10:8:1
2. 7:6:2
3. 5:4:4.
La estrategia de Rawls le dice que
elija el tercero. Si usted no lo conoce qué probabilidad existe de que termine
en la mejor o en la peor posición, la elección racional de acuerdo con Rawls es
la tercera posibilidad. Porque, incluso si usted termina en la peor posición,
la tercera le ofrece más de lo que recibiría o se encontrase en la peor
posición de los esquemas restantes.
Adviértase que uno debería escoger el
tercer esquema aun cuando los dos primeros tienen una utilidad media mayor. El
problema de los dos primeros esquemas es que existe alguna posibilidad, de
dimensiones desconocidas, de que su vida resulte completamente insatisfactoria.
Entonces, concluyes Rawls, las personas en la situación original elegirían el
principio de diferencia. Y este resultado felizmente coincide con lo que el
primer argumento intuitivo nos decía. Las personas que utilizan un proceso de
decisión equitativo en la selección de principios de justicia llegan a los
mismos principios que nuestras intuiciones nos decían que eran justos.
Muchos han criticado la
tesis de Rawls según la cual el “maximin” constituye la estrategia racional.
Algunos sostienen que es igualmente racional, si no más, aventurarse en el
juego sirviéndose del utilitarismo.
Otros afirman que es imposible determinar la racionalidad de las apuestas sin
saber algo cerca de las posibilidades, o acerca de la propia aversión al
riesgo. Estas críticas alegan que Rawls
solo llega al principio de la diferencia porque manipula la descripción
del velo de la ignorancia con el objeto de llegar a aquél, o porque hace
presuposiciones psicológicas gratuitas, que no tiene derecho a hacer (Hare,
1975, pp. 88-107; Barry, 1973, cap.9).
a) LA CONVERGENCIA DE LOS
DOS ARGUMENTOS
Hay
algo de cierto en estas críticas, pero conforman una línea crítica equivocada.
Porque Rawls admite que manipula la descripción de la situación original para
llegar al principio de diferencia.
Reconoce que “para cada concepción tradicional de la justicia existe una
interpretación de la situación inicial en la que sus principios constituyen la
solución preferida”, y que algunas interpretaciones llevarán al utilitarismo
(1971, p. 121). Existen muchas descripciones de la situación original que
son compatibles con el objetivo de crear
un procedimiento de decisión equitativo, y el principio de diferencia no sería
el elegido en todas ellas. Por consiguiente, antes de que podamos determinar
qué principios no resultarían elegidos en la situación original aceptar. Y,
dice Rawls, uno de los motivos por los que elegimos una descripción de la
situación original es que lleva a los principios que intuitivamente encontramos
aceptables.
Así,
tras afirmar que La situación original debería conformar la idea de que las
personas son seres morales iguales, Rawls continúa diciendo que “existe, sin
embargo, otro aspecto para justificar una descripción particular de la posición
original. Consiste en comprobar si los principios que serían elegidos armonizan
con nuestras convicciones relevantes, o si las amplían de forma aceptable”
(1971, p. 19). Por lo tanto, al decidir acerca de la descripción preferible de
la situación original “trabajamos desde las dos metas”. Si los principios
elegidos en una formulación no coinciden con nuestras convicciones acerca de la
justicia:
Tenemos
que elegir. Podemos, o bien modificar la descripción de la situación inicial, o
bien revisar nuestros juicios existentes, ya que aún los juicios que
provisionalmente tomamos como puntos fijos
son susceptibles de revisión. […] unas veces alterando las condiciones
de las circunstancias contractuales, otras abandonando nuestros juicios y
adaptándolos a los principios, supongo que finalmente encontraremos una
descripción de la situación social que a la vez defina condiciones razonables,
y genere principios que correspondan a nuestros juicios debidamente conformados
y adatados (1971, p. 20).
Así pues, el argumento intuitivo y el
argumento del contrato, después de todo, no son independientes. Rawls admite modificar la
situación original para asegurar que lleve a principios que coincidan con
nuestras intuiciones (al menos aquellas intuiciones que seguimos teniendo tras
habernos embarcado en este proceso de constante revisión para la armonización
de la teoría y las instituciones). Esto puede sonar a fraude. Pero sólo lo
parece, si creemos que Rawls afirma que los dos argumentos se ofrecen el uno al
otro un apoyo completamente independiente. Y aunque a veces hace tal
afirmación, otras ocasiones admite que dos argumentos son independientes, pero
están generados por el mismo conjunto de intuiciones relevantes.
¿Pero entonces por qué molestarse con la
estratagema del contrato? ¿Por qué no usar simplemente el primer argumento
intuitivo? Esta es una buena pregunta. Aunque el argumento del contrato no es
tan malo como los críticos sugieren, tampoco es tan bueno como pretende Rawls.
Si cada teoría de la justicia aceptar, para saber qué descripción de la
situación original es la apropiada. La oposición de Rawls a que perdamos en el
juego de la vida en beneficio de otros, o a que acaben siendo perjudicados
aquellos con desventajas naturales no merecidas, le lleva a describir la
situación original de una cierta forma; aquellos que están en desacuerdo con él
en estos temas, la describirán de otra manera. La controversia no puede ser
resuelta apelando al argumento contractual. Supondría una petición de principio
por parte de cada bando invocar su explicación de la situación contractual
presupone la teoría. Todas las cuestiones centrales de la justicia,
lógicamente, tienen que fijarse de antemano, para saber qué descripción de la
situación original aceptar. De lo que se deduce que el contrato es redundante.
Esto no significa que el
instrumento del contrato sea totalmente inútil. En primer lugar, la situación
original nos proporciona una vía para conformar nuestras intuiciones, en la
misma medida en que los primeros teóricos invocaban el estado natural para configurar la idea de la igualdad
natural. En segundo lugar, aunque las intuiciones a las que se apela en el
argumento de la igualdad de oportunidades muestran que la igualdad equitativa
de oportunidades no es suficiente, no nos dicen qué más se necesita, y la
estratagema del contrato puede contribuir a precisar más nuestras
intuiciones. Decir Rawls cuando apunta
que dicho instrumento nos puede ayudar a “extraer las consecuencias” de
nuestras instituciones. En tercer lugar, el contrato ofrece una perspectiva a
partir de la cual podemos poner a prueba intuiciones opuestas. Alguien que
tiene por naturaleza ciertas aptitudes puede objetar sinceramente la idea de
que las aptitudes sean arbitrarias. Tendríamos así un choque entre intuiciones.
Pero si la misma persona dejase sus objeciones de lado en caso de no saber a
qué situación iría a parar a partir de
la lotería natural, entonces podemos afirmar con cierta seguridad que nuestra
intuición era la correcta, y que su intuición opuesta era el resultado de
intereses personales opuestos. Algunas intuiciones mostrándonos si resultarían
elegidas desde una posición imparcial. El contrato así plasma ciertas
intuiciones generales, y nos brinda una perspectiva imparcial desde la cual
podemos considerar intuiciones más concretas (Rawls, 1971, pp. 21-22, 586).
Existen
entonces algunas ventajas en la utilización de la estratagema del contrato. Por
otra parte, el recurso del contrato no es necesario para estos propósitos. Como
vimos en el capítulo anterior, algunos teóricos (por ejemplo, Hare), con el
objetivo de definir la idea de la igual consideración, invoca a unos ideales
individuales que se pondrían en la piel de otros en vez de a contratantes
imparciales (cap. 2, apartado 5 B). Ambas teorías impelen a los agentes morales
a adoptar un punto de vista imparcial, pero mientras los contratantes
imparciales ven a cada persona en la sociedad como un posible receptor futuro
de su propio bien, esos ideales individuos que se pondrían en la piel del otro
ven a cada persona en la sociedad como uno de los componentes de su propio
bien, dado que se hacen cargo de su situación y por ellos comparten su destino.
Las dos teorías usan instrumentos diferentes, pero la diferencia es
relativamente superficial, porque el movimiento clave en cada teoría es
4. Rawls niega que existe
alguna similitud esencial entre su teoría contractual y el ideal individuo
dispuesto a ponerse en la pie de los otros que propone Hare. Pero como sostiene
Barry, esta negativa “me parece simplemente un azote al viento” (Barry, 1989, p. 410, n. 30). Es desafortunado
que Rawls exagere la distancia entre su teoría y la de Hare, porque la
exageración desfavorece a Rawls. Véase el examen de la discusión de las
críticas feministas a Rawls en el capítulo 7, apartado 3, c 2.
Forzar a cada agente
a adoptar una perspectiva que le niega el conocimiento y la capacidad para
promover su propio bien. En verdad, a menudo es difícil distinguir a los
contratantes imparciales de los individuos ideales dispuestos a ponerse en la
piel de los otros (Gauthier, 1986, pp. 237-238; Diggs, 1981, p. 277; Barry,
1989, pp. 77, 196).
La
igual consideración puede alcanzarse también sin ningún tipo de instrumento,
simplemente pidiendo a los agentes que tengan una igual consideración por los
demás que vaya más allá de su propio bien, o de su capacidad individual para
promoverlo (por ejemplo, Scanlon, 1982; Barry, 1989, pp. 340-348). Claro que
existe una curiosa falta de lógica en el uso de la estratagema del contrato, o
del individuo ideal dispuesto a ponerse en la piel del otro, para definir la
idea de la igualdad moral. El concepto del velo de la ignorancia intenta
configurar la idea de que las demás personas importan en y por sí mismas, y no
sólo como un componente de nuestro propio bien. Pero lo hace por medio de la
imposición de una perspectiva a partir de la cual el bien (real o posible). La
idea de que las personas son bienes en sí mismas se complica cuando invocamos
la “idea de una elección que fomenta los intereses de un único individuo
racional para quien las diversas vidas individuales constituyen tan sólo una
serie de diferentes posibilidades” (Scanlon, 1982, p. 127; cf. Barry, 1989, pp.
214-215, 336, 337). Rawls trata de reducir la importancia que la gente en la
situación originaria concede a las diferentes vidas individuales presentándolas
como diferentes resultados posibles de una elección auto interesada, pero el
instrumento del contrato alienta esa visión, y así oscurece el significado de
la igual consideración.
Por
ello el instrumento de contrato añade muy poco a la teoría de Rawls. El
argumento intuitivo es el argumento principal, con independencia de cualquier
negativa de Rawls, y el argumento del contrato (en el mejor de los casos) tan
sólo ayuda a definirlo. Pero no está claro que Rawls necesite un argumento
independiente respecto del contrato. Rawls se había quejado inicialmente de que
se forzaran a las personas a elegir entre el utilitarismo, una teoría
sistemática pero contraria a las intuiciones, entonces la suya resulta una
teoría muy recursiva, en ningún modo debilitada por la interdependencia entre
el argumento intuitivo y el argumento contractual. Como dice Rawls: “una
concepción de la justicia no puede deducirse a partir de premisas evidentes por
sí mismas o principios condicionales; en cambio, su justificación en una
cuestión de apoyo mutuo entre diversas consideraciones, todas aquellas
integradas a una visión coherente” (1971, p. 21). Rawls llama a esto el
“equilibrio reflexivo”, y éste es su objetivo. Sus principios de justicia se
apoyan mutuamente en una reflexión sobre las instituciones que apelamos a nuestras
prácticas cotidianas, y en una reflexión sobre la naturaleza de la justicia
desde una perspectiva imparcial que se encuentra alejada de nuestras
situaciones cotidianas. Debido a que Rawls busca tal equilibrio reflexivo,
críticas como las de Hare y Barry resultan exageradas. Porque aun si están en
lo cierto en que el principio de diferencia no sería él elegido en la situación
originaria tal como Rawls la describe, él podría redefinir la situación
originaria de modo tal que generase el principio de diferencia. Esto parece un
fraude, pero es útil y legítimo si nos lleva al equilibrio reflexivo, si
significa que “hemos hecho lo que podemos tornar coherente y justificar
nuestras convicciones sobre la justicia social” (1971, p. 21).
Una crítica realmente válida
de Rawls debe impugnar sus intuiciones fundamentales, o mostrar por qué el
principio de diferencia no es la mejor expresión de estas intuiciones (y por lo
tanto por qué una descripción diferente de la situación original debería formar
parte de nuestro equilibrio reflexivo). Más adelante examinaré teorías que
impugnan las instituciones básicas en capítulos posteriores. Pero primero
quiero examinar esta segunda opción. ¿Podemos encontrar problemas internos en
la teoría de Rawls, críticas no a sus intuiciones, sino a la forma en que las
desarrolla?
b) PROBLEMAS
INTERNOS
Tal
como hemos visto, una de las instituciones centrales de Rawls se refiere a la
distinción entre elecciones y circunstancias. Su argumento contra la visión
predominante de la igualdad de oportunidades depende en gran medida de la
afirmación según la cual ésta otorga demasiada importancia a la influencia de
nuestras inmerecidas aptitudes naturales. Aquí estoy de acuerdo con Rawls. Pero
el mismo Rawls otorga demasiada importancia a la influencia de las
desigualdades naturales, y al mismo tiempo apenas considera la influencia de
nuestras elecciones.
1. La compensación por las desigualdades naturales
Primero,
examinaré el problema de las aptitudes naturales. Rawls dice que la pretensión
de la gente de bienes sociales no debería depender de sus cualidades naturales.
Los más aptos no merecen ningún ingreso mayor, y sólo deberían recibir más
ingresos si esto beneficia a los que están peor. Por ello, conforme a Rawls, el
principio de diferencia es el mejor principio para garantizar que las
asignaciones naturales no tengan una influencia injusta.
Sin
embargo, el planteamiento de Rawls todavía permite que el destino de la gente
se vea influido por factores arbitrarios. Esto se debe a que Rawls define la
posición de los que están peor en términos meramente de la posesión de bienes
primarios sociales: derechos, oportunidades, riqueza, etc. No tiene en cuenta
la posesión de bienes primarios naturales en la determinación de quién está peor.
Para Rawls (en este contexto), dos personas se encuentran igualmente bien
situadas si tienen el mismo paquete de bienes primarios sociales, aun cuando
una persona tenga pocas aptitudes, sea inválida, sea mentalmente deficiente, o
tenga problemas de salud. Asimismo, si alguien tiene todavía una pequeña
ventaja sobre otros en bienes sociales, entonces se encuentra mejor según la
escala de Rawls, incluso si los ingresos extras no son suficientes para pagar
los costos extras que debe soportar a algunas desventajas naturales, por
ejemplo, los costes de los medicamentos, o de los aparatos especiales en el
caso de alguna minusvalía.
Sin embargo, ¿Por qué el
parámetro para determinar la justicia de las instituciones sociales tiene que
ser la perspectiva del que está peor en términos de bienes sociales? Esta
estipulación choca con el argumento intuitivo y el del contrato. En el
argumento del contrato, la estipulación resulta inmotivada por lo que hace a la
racionalidad de las partes en la situación original. Si, como dice Rawls, la
salud es tan importante como el dinero para llevar una vida provechosa, y si
las partes tratan de alcanzar acuerdos sociales que les garanticen la mayor cantidad de bienes primarios en el
peor resultado posible (el razonamiento del maximin), entonces ¿Por qué no se
debería tratar la falta de salud o falta de dinero como casos iguales, en los
que se está menos favorecido por lo que se refiere a la distribución social?
Toda persona reconocería que estaría menos favorecida si de repente se
convirtiera en lisiada, incluso si su paquete de bienes sociales permaneciera
igual. ¿Por qué no iba a querer que la sociedad también reconociese esa
desventaja?
El argumento intuitivo
apunta en la misma dirección. Los bienes primarios naturales no solo son tan
necesarios como los bienes sociales para la consecución de una buena vida, sino
que además la gente no merece su lugar en la distribución de las asignaciones
naturales, y por lo tanto es incorrecto que la gente resulte privilegiada o
desfavorecida partir de esa posición. Como vimos, Rawls piensa que esa
intuición lleva al principio de diferencia, conforme al cual tan solo se
reciben recompensas extras por las aptitudes si el hacerlo beneficia a los que
están peor: ”nos vemos conducidos al principio de diferencia si deseamos
establecer un sistema social tal, que nadie gane o pierda a partir de la
arbitraria posición que ocupa en la distribución de las asignaciones naturales
o de su posición inicial en la sociedad, sin dar o recibir a cambio ventajas
compensatorias” (1971, p. 102).
Sin embargo esto es erróneo, o al menos esta
desencaminado. Llegamos al principio de diferencia solo si por “ganancias o
pérdidas” entendemos ganancias o pérdidas en términos de bienes sociales. El
principio de diferencia asegura que los mejor dotados no obtienen más bienes
sociales solo debido al lugar arbitrario
que ocupan en la distribución de las asignaciones naturales, y que los
menos favorecidos no se encuentran privados de bienes sociales solo por su
situación. Pero esto no mitiga
completamente “los efectos de los accidentes naturales y las circunstancias
sociales” (1971, p. 100). Porque los mejor dotados siguen obteniendo los bienes
naturales de sus aptitudes, de las cuales, inmerecidamente, carecen los
discapacitados. El principio de
diferencia puede asegurar que yo tenga el mismo paquete de bienes sociales que
una persona físicamente disminuida. Pero esta persona soporta costes extras en
medicinas y transporte. Soporta una inmerecida carga para desarrollar una vida
satisfactoria, una carga causada por sus circunstancias y no por sus
elecciones. El principio de diferencia, más que eliminar dicha carga, la
tolera.5
Rawls parece no darse cuenta
de todas las implicaciones de su propio argumento contra la visión predominante
en materia de igualdad de oportunidades. La posición que criticaba es esta: 1)
Las desigualdades sociales son inmerecidas, y deberían rectificarse o
compensarse, pero las desigualdades naturales pueden influir en una
distribución de acuerdo a la igualdad de oportunidades. Rawls afirma que las
desigualdades naturales y sociales son igualmente inmerecidas, por lo que 1) es
“incierto”. En cambio, sostiene que: 2) las desigualdades sociales deberían ser
compensadas, y las desigualdades naturales no deberían influir en la
distribución. Pero si las desigualdades naturales y sociales son en verdad igualmente
inmerecidas, entonces 2) También es incierto. Deberíamos mantener, en cambio,
que 3) las desigualdades naturales y sociales deberían compensarse. De acuerdo
con Rawls, quienes nacen en una clase o raza desfavorecida no solo no deberían
resultar privados de los beneficios sociales, sino que además podrían reclamar
una compensación por tal desventaja. ¿Por qué tratar de manera diferente a las
personas que nacen físicamente
5. Esta objeción la presenta
Barry y sen, aunque sostienen equivocadamente que el problema surge del
compromiso de Rawls con el uso de bienes primarios para definir la posición de
los menos favorecidos (Barry, 1973, pp 55-57; sen, 1980, pp 215-216) El
problema reside en realidad en el uso incompleto de los bienes primarios en
Rawls, es decir, su arbitraria exclusión de los bienes primarios naturales del
indicador, Rawls examina, en efecto, la idea de compensar las desventajas
naturales, pero solo en términos de “principios de compensación”, conforme a
los cuales se realiza la compensación para eliminar las consecuencias que
tienen para las personas unas merma natural de su capacidad, y así crear
igualdad de oportunidades (Rawls, 1971, pp 1000-1002). Rawls rechaza
acertadamente esta visión tanto por imposible como por indeseable. Sin embargo,
¿Por qué no ver la compensación como una forma de eliminar las desigualdades no
merecidas en los bienes primarios en su totalidad? Debería compensarse a las
personas por los costes no elegidos de sus desventajas naturales, no para que
puedan competir en pie de igualdad con los demás, sino para que puedan, en
igualdad de condiciones, llevar adelante una vida que los satisfaga. Para
abundar en este tema, compárese Michelman (19795, pp 330-339), Gutman (1980, pp 126-127) y Daniels
(1985, cap. 3) con Pogge (1989, pp 183-188) y Mapel (1989, pp 101-106).
Algunos teóricos sostienen
que Rawls si apoya la compensación por las desventajas naturales, pero no como
una cuestión de justicia. El, en cambio, ve nuestras obligaciones hacia los
naturalmente desfavorecidos como “deberes públicos de bondad” (Martin, 1985, pp
189-191) o “pretensiones de la moralidad” (Pogge, 1989, pp 186-191, 275). Estas
obligaciones hacia los desfavorecidos no son cuestiones de mera calidad, porque
debieran ser apuestas en práctica obligatoriamente por el estado, pero tampoco
son derechos. De acuerdo con Pogge y Martin, la teoría de la justicia de Rawls
se refiere “fundamentalmente a la justicia” mientras que la compensación para
los naturalmente desfavorecidos se refiere a la “”equidad global del universo
(Martin, 1985, p 80; Pogge, 1989, p 189) por desgracia, ninguno de los autores
explica esta oposición, ni de qué modo esta es coherente con el acento que pone
Rawls en “mitigar los efectos de los accidentes naturales y la fortuna social”
(Rawls, 1971 p 585) Martin, por ejemplo, parece decir que mitigar los efectos
de las asignaciones naturales diferenciales es unas cuestión de justicia
esencial, mientras que mitigar los efectos de las desventajas naturales
diferenciales es cuestión de bondad (Martin, 1985, p 178). En el enfoque
rawlsiano, es difícil ver que es lo que justifica esta distinción (Brian Barry
mantiene que esta limitación es legitima solo si Rawls abandona la idea de las
justicia como igual consideración y adopta en su lugar la idea hobebesiana de
las justicia como ventajas mutuas, Barry, 1989, p 243; c, n, 2)disminuidas? ¿Por qué estas
no deberían pretender, también, una compensación por sus desventajas (por
ejemplo, medicamentos subsidiados, transporte, preparación laboral, etc.)
aparte de la pretensión de no ser discriminados?
Entonces,
existen tanto razones intuitivas como contractuales para reconocer los
impedimentos físicos naturales como base para la compensación, y para incluir
los bienes primarios naturales en el indicador que determina quien se encuentra
en la posición menos favorecida. Existen dificultades para tratar de compensar
las desigualdades naturales, tal como mostrare más adelante, en el apartado 4 B
que es equitativo. Pero Rawls ni siquiera reconoce que sea deseable tratar de
compensar tales desigualdades.
2° Subvencionar las elecciones
de la gente
El
segundo problema tiene que ver con la otra cara de la moneda de aquella
intuición. La gente no merece soportar la carga de los costes que no elige,
pero ¿cómo deberíamos responder a las
personas que hacen elecciones costosas? Por lo común sentimos que los costes no
elegidos sobre nosotros una pretensión mayor a los costes elegidos
voluntariamente. Nos parece diferente que alguien se gaste 100 dólares por
semana en medicamentos caros para
cuidarse una enfermedad no elegida, a que alguien se gaste 100 dólares por
semana en un vino caro debido a que disfruta de su sabor. Rawls apela a esta
institución cuando critica la visión predominante por ser insensible a la naturaleza no elegida de las
desigualdades naturales. Sin embargo ¿de qué modo deberíamos ser sensibles a las elecciones de
la gente?
Imaginemos
que hemos tenido éxito en igualar las circunstancias sociales y naturales de la
gente. Para tomar el caso más simple; Imaginemos a dos personas a dos personas
con iguales talentos que comparten un mismo entorno social. Uno quiere jugar
tenis todo el día, por lo que, en una granja cercana, sólo trabaja lo
suficiente para ahorrar el dinero necesario a fin de comprar tierra para una
cancha de tenis y sostener su estilo de vida preferido (esto es, comida,
vestido, equipamiento). La otra persona quiere una cantidad similar de tierra
para cultivar un huerto, con el objeto de producir y vender hortalizas para sí
misma y para otros. Imaginemos como Rawls que comenzamos con una distribución
igual de recursos, que es suficiente para que cada persona adquiera la tierra
que desea, y se entreguen a su tenis y su huerto. El horticultor tendrá
rápidamente más recursos que el tenista, si permitimos que el mercado opere
libremente, aunque comenzaron con iguales porciones de recursos, el tenista
utilizara rápidamente si porción inicial, y su ocasional trabajo en la granja
le alcanzara tan solo para seguir jugando tenis. En cualquier caso, el
horticultor empleará su porción inicial de tal modo que generará un flujo más
permanente y mayor de ingresos mediante mayores cantidades de trabajo. Rawls
solo permitiría esta desigualdad si beneficia al menos favorecido, es decir, si
beneficia al tenista que ahora no tiene mayores ingresos. Si el tenista no se
beneficia de esta desigualdad, entonces el gobierno debería transferirle parte
de los ingresos del horticultor, con el objeto de igualar rentas.
Sin
embargo, hay algo que no cuadra en sostener que dicho impuesto es necesario
para asegurar la igualdad, entendida esta como tratar a ambos de un modo igual.
Recuérdese que el tenista tiene las mismas aptitudes que el que se dedica a la
horticultura, proviene del mismo entorno social, y comenzó con una igual asignación de
recursos. Como resultado, él podría haber elegido, si lo hubiera deseado, la más
lucrativa actividad de la horticultura, de mismo modo que pudo haber elegido la
menos lucrativa actividad del tenis. Los dos escogieron entre un abanico de
opciones que les ofrecía diversas medidas y tipos de trabajo, ocio, en
ingresos. Ambos eligieron la opción que preferían. Entonces, la razón por la
que él no eligió la horticultura fue que prefirió jugar al tenis antes que
ahorrar dinero gracias a los cultivos. Las personas tienen preferencias
diferentes acerca de cuándo es valioso dejar de lado un ocio potencial con el
objeto de ganar mayores ingresos, y él prefirió el ocio mientras que el otro
prefirió los ingresos.
Dado que estas diferencias
en el estilo de vida resultan libremente elegidas, ¿Por qué se le trata a él de
manera desigual al permitir que el otro
tenga los ingresos y el estilo de vida
que el no quiso? Rawls defiende el principio de diferencia diciendo que este
contrarresta las desigualdades de las contingencias naturales y sociales. Pero
estas no son aquí relevantes. Más que eliminar las desventajas, el principio de
diferencia tan solo hace que el horticultor subvencione el costoso de ocio del
tenista. El horticultor tiene que pagar por el coste de sus elecciones, es
decir, renuncia al ocio con el objeto de obtener mayores ingresos. Pero no
tiene que pagar por el coste de sus elecciones, esto es, el tenista renuncia a
sus ingresos con el objeto de obtener un mayor ocio. El tenista espera y Rawls
exige que el horticultor pague por el coste de sus propias elecciones, y que
además subvencione las elecciones del tenista. Esto no promueve la igualdad si
no que la socava. Uno consigue su estilo de vida preferido( La ociosidad del
tenis), y además algún ingreso de los impuestos que el otro abona, mientras que
el horticultor consigue su estilo de vida preferido ( Horticultura lucrativa)
menos ciertos ingresos que se le quitan por impuestos. El horticultor tiene que
abandonar parte lo que hace valiosa su vida con el objeto de que el tenista
tenga más de aquello que el encuentra valioso. En este sentido, se le trata de
forma desigual, sin razón legítima alguna.
Cuando
las desigualdades en ingresos son el resultado de las elecciones, y no de las
circunstancias, el principio de diferencia crea, ,más que elimina, la
injusticia. Tratar a las personas con igual consideración requiere que la gente
pague los costes de sus propias elecciones. Pagar por las elecciones es otra
cara de nuestra intuición acerca de no pagar por nuestras circunstancias
desiguales. Es injusto que las personas resulten desfavorecidas por
desigualdades en sus circunstancias, pero es igual, injustamente injusto, para mí,
pedir que alguien pague por los costes de mis elecciones. En un lenguaje más
teórico, un esquema distributivo debería ser <<insensible a nuestras
cualidades >> y <<sensible a nuestras ambiciones>> (Dworkin, 1981,p 311) El destino de la gente
debería depender de sus ambiciones( en el sentido amplio de fines y proyectos
sobre su vida), pero no debería depender de sus cualidades naturales y sociales(
las circunstancias en las que persiguen sus ambiciones).
El mismo Rawls remarca que
somos responsables del coste de nuestras elecciones. De hecho este es el porqué
de su explicación de la justicia mida la porción de bienes primarios de las
personas, y no su grado de bienestar. Aquellos que tienen deseos caros
obtendrán un bienestar menor a partir de un paquete igual de bienes primarios
que aquellos con gustos modestos deban subvencionar a aquellos con gustos
caros, porque<< tenemos la capacidad de asumir responsabilidades por
nuestros fines>> por lo tanto << aquellos con gustos menos caros
han ajustado posiblemente sus gustos y rechazos, a lo largo de sus vidas, a los
ingresos y riqueza que razonablemente podrían esperar; y se considera injusto que ahora deban tener
menos con el objeto de liberar a otros de las consecuencias>> de sus
gustos caros (Rawls, 1982 b, pp. 168-169; cf. 1975, p. 553; 1980, p 545: 1974,
p. 643; 1978, p. 63 ; 1985, pp. 243- 244) Rawls, por tanto, no desea que el
horticultor subvencione al jugador de tenis, en realidad, a menudo afirma que
su concepción de la justicia se preocupa por regular las desigualdades que
afectan a las oportunidades en la vida de la gente, y no las desigualdades
derivadas de sus elecciones de vida. Que son responsabilidad de los propios
individuos (1971, pp. 7, 96; 1978,p. 56; 1979,pp. 14-15; 1982 b, p. 170) Por
desgracia, el principio de diferencia no hace ninguna distinción entre
desigualdades elegidas y no elegidas.
Por lo tanto un resultado posible del principio de diferencias es el de
hacer que algunas personas paguen por la elecciones de otras, como sería el
caso de aquellos que, como el tenista, tiene la renta más pequeña, por su
propia elección. Rawls quiere que el principio de diferencia reduzca los
efectos injustos de las desventajas naturales y sociales, pero también reduce
los efectos legítimos de las elecciones y esfuerzos personales.
Aunque
Rawls tiene en cuenta esta distinción entre elecciones y circunstancias, su
principio de diferencia la infringe de dos maneras importantes, se supone que
reduce el efecto del lugar que uno ocupa en la distribución de las asignaciones
naturales. Pero, dado que Rawls excluye los bienes primarios naturales del indicador que determina quien
tiene menos ventaja, de hecho no existe compensación para ellos que sufren de
desventajas naturales no merecidas. En cambio, da por sentado que las personas
han de ser responsables del coste de sus elecciones. Pero el principio de
diferencia requiere que algunas personas subvencionen el coste de las
elecciones de otras. ¿Podemos hacer algo más para ser “insensibles a las
cualidades”? Este es el objetivo de la teoría de Dworkin.
4.Dworkin y la igualdad de
recursos
Dworkin acepta que el
objetivo de ser “sensible a la ambición” e “insensible a las cualidades” motiva
el principio de diferencia de Rawls. Pero piensa que un esquema distributivo
diferente, conforme a aquel ideal, puede prestar un mejor servicio. Su teoría
es complicada, implica el uso de una subasta, esquemas de seguro, mercados
libres, e impuestos, y resulta imposible exponerla de modo completo. Todo y
así, presentaré algunas de sus ideas intuitivas centrales.
a)
PAGAR POR LAS PROPIAS ELECCIONES:
LA SUBASTA SENSIBLE A LA AMBICIÓN
Comenzaré con la explicación
de Dworkin acerca de un esquema distributivo sensible a la ambición. Para
simplificar, daré por sentado otra vez que cada individuo tiene identificadas
aptitudes naturales (más adelante examino la respuesta de Dworkin al problema
de las cualidades naturales desiguales). Dworkin nos pide que imaginemos que
todos los recursos de la sociedad están a remate en una subasta, en la cual
todos participan. Cada uno comienza con un poder de compra idéntico – en su
ejemplo, 100 valvas de almejas – y la gente usa sus valvas para hacer ofertas
por aquellos recursos que mejor se ajusten a sus planes de vida.
Si la subasta sale bien,
todo serán felices con el resultado, en el sentido de que nadie prefiere el
lote de bienes de los demás antes que el propio. Si realmente prefiriesen un
lote de bienes diferentes, podrían haber hecho una oferta por él, en lugar de
hacerla por otros bienes. Esto generaliza el caso del jugador de tenis y el
horticultor que, comenzando con una cantidad igual de dinero, adquirían la
tierra que necesitaban para sus actividades preferidas. Si la subasta funciona,
cada persona preferirá su propio lote de bienes al de cualquier otro. Dworkin
llama a esto el “test de la envidia”, que si se satisface, entonces las
personas son tratadas con igual consideración, por que las diferencias entre
ellos reflejan simplemente sus diferentes ambiciones, sus diferentes creencias
acerca de lo que le da valor a sus vidas. Una subasta exitosa supera el test de
la envidia, y hace que cada persona
pague por el coste de sus de sus propias elecciones (Dworkin, 1981, p.
285).Esta idea del test de la envidia ofrece la versión liberal igualitaria de
la justicia más defendible. Si pudiese resultar perfectamente aplicable, los
tres principales objetivos de la teoría de Rawls quedarían satisfechos; esto
es, respetar la igualdad moral de las personas, reducir los efectos de las
desventajas moralmente arbitrarias, y aceptar la responsabilidad por nuestras
elecciones. Tal esquema distributivo sería justo, aun cuando permitiese alguna
desigualdad de ingresos. El horticultor y el tenista tienen ingresos
desiguales, pero no existe desigualdad en su consideración y respeto, dado que
cada uno de ellos es capaz de desarrollar la vida que elige, cada uno puede, en
la misma medida, hacer ofertas por aquel conjunto de bienes sociales que mejor
satisfaga sus creencias acerca de qué es lo que da valor a su vida. Para
expresarlo de otro modo, nadie puede reclamar por ser tratado con menos
consideración que otros en la distribución de recursos, porque si alguien
prefiriese el lote de bienes sociales de otro, podría haber hecho ofertas por
ellos. Es difícil ver cómo podría yo tener una queja legítima contra cualquier
otro, o cualquier otro contra mí.6
6. No es posible imaginar a
personas que presentarán objeciones aun cuando el test de la envidia resulte
satisfecho. Dado que el test de la envidia no dice nada acerca del bienestar de
la gente, es posible que, entre dos personas con
Por desgracia, la subasta
sólo satisfará al test de la envidia si damos por sentado que nadie se
encuentra desfavorecido en términos de asignaciones naturales. En el mundo
real, la subasta no podrá satisfacer el test de la envidia, porque algunas de
las diferencias entre personas no resultarán elegidas. Alguien con una
minusvalía o salud precaria congénitas puede ser capaz de ofrecer lo mismo que
otros respecto de algunos bienes
sociales, pero tiene necesidades especiales, y por ello sus 100 valvas de
almejas lo dejaran menos favorecido que a otros. Preferiría entrar en las circunstancias
de aquellos, sin la minusvalía.
¿Qué deberíamos hacer con
las desventajas naturales? Dworkin tiene una respuesta compleja al respecto,
pero podemos preparar el camino hacia ella mediante una respuesta más simple.
La persona desfavorecida soporta cargas extras para desarrollar una buena vida,
cargas que gastan parte de sus 100 valvas de almejas. ¿Por qué no pagar por
todos estos costes extras antes de la subasta, al margen de la provisión
general de los recursos sociales, y luego dividir de modo igual los recursos
sociales remanentes mediante la subasta? Antes de la subasta, damos a los
desfavorecidos bienes sociales suficientes para compensar sus desigualdades no
elegidas en las asignaciones naturales. Una vez hecho esto, damos a cada
persona una porción igual de los recursos remanentes para que los use en la
subasta de acuerdo con sus elecciones. El resultado de la subasta superaría
ahora el test de la envidia. La compensación anterior a la subasta aseguraría
que cada persona sea igualmente capaz de elegir su plan de vida valioso; la división
igual de los recursos dentro de la subasta asegura que tales elecciones reciban
un trato equitativo. Por lo tanto la distribución será tanto insensible a las
dotaciones como a las ambiciones.
Iguales aptitudes, un acabe
siendo desgraciada mientras que la otra triunfe. Todo lo que nos dice el test
de la envidia es que la persona desgraciada lo sería todavía más si tuviera el
conjunto de recursos que las personas triunfadoras poseen. Imaginemos a alguien
que es congénitamente taciturno y malhumorado, independientemente del tipo de
recursos que tiene y el éxito que logra sus proyectos. En este caso, la
satisfacción del test de la envidia nos lleva a iguales beneficios para cada
persona. Como la persona desgraciada no puede controlar su mal temperamento
congénito, podríamos pensar que por lo tanto tiene algún derecho extra sobre
los recursos. (Por otra parte, dado que la desgracia de las personas no se debe
ex hypothesi al lote de recursos que tiene, no queda claro de qué modo
cualquier distribución podrá modificar su desgracia.)
Este ejemplo sugiere que la
simple tipología con la que Dworkin trabaja resulta insuficiente.
Él tiende a
verlo todo, o bien como ambiciones (que considera determinadas por nuestras
elecciones derivadas de nuestra personalidad) o bien como recurso (que
considera una cuestión de circunstancias no elegidas). Sin embargo, existen cualidades personales o
propensiones psicológicas (como el mal temperamento) que no encajan fácilmente
en ninguna categoría, pero que aun así afectan al grado de beneficios que las
personas obtienen de los recursos sociales. Para una crítica de las categorías
de Dworkin, véase Cohen (1989, pp. 916-934); Arneson (1989); Alexander y
Schwarzschild (1987, p. 99); Roemer (1985 a). Aunque no puedo discutir estos
casos en profundidad, creo que éstos (y otros casos difíciles como el de las
ansias incontrolables) oscurecen, más que socavan, los objetivos y métodos de
la teoría de Dworkin. (Como Dworkin observa, las ansias o el más humor
congénito pueden ser considerados un tipo de desventajas naturales contra las
que podríamos asegurarnos, junto con otras incapacidades mentales y físicas,
Dworkin, 1981, pp. 301-304.)
Esta
sencilla respuesta no funciona. El dinero extra puede compensar algunas
desventajas naturales, algunas personas inválidas pueden tener la misma
movilidad que la gente sin taras físicas si les proveemos la mejor tecnología
posible (que puede resultar costosa). Pero el objetivo es imposible de
satisfacer en otros casos, porque ninguna cantidad de bienes sociales
compensará totalmente algunas desventajas naturales. Imagine a algún inválido
múltiple y/o víctima de una enfermedad incurable. La provisión de dinero extra
puede comprar equipamiento médico, o la asistencia de personal capacitado,
cosas que aseguren que no haya en su vida padecimientos innecesarios. Y más
dinero siempre puede ayudar un poco más por lo que hace al equipamiento o la
prolongación de la vida. Sin embargo, nada de esto puede ponerlo en una
situación en la que sus circunstancias estén realmente igualadas. Ninguna
cantidad de dinero puede capacitar a la persona seriamente desfavorecida para
que lleve una vida tan ventajosa como la de otras.
Una
plena igualdad en las circunstancias no parece realizable. Podríamos tratar de
igualar las situaciones tanto como sea posible. Pero ello también resulta
inaceptable. Dado en cada porción adicional de dinero podría ayudar a las
personas desfavorecidas, pero nunca es suficiente para igualar en modo pleno
las circunstancias, podría exigírsenos
que diésemos todos nuestros recursos a las personas con tales taras, sin
dejar nada para los demás (Dworkin, 1981, pp. 242, 300; cf. Fried, 1978, pp.
120-128). Si los recursos se tuvieran que usar para igualar primero las
circunstancias (antes de que comience la subasta), no nos quedaría nada para
que actuásemos de acuerdo con nuestras elecciones (pujando por los distritos
bienes en la subasta). Pero uno de nuestros objetivos al igualar las
circunstancias era principalmente permitir que cada persona actuase de acuerdo
con sus planes de vida. Nuestras circunstancias afectan a nuestra capacidad
para perseguir nuestras ambiciones, esta es la razón por la que son moralmente
importantes, porque las desigualdades en ella importan. Nuestra preocupación
por las circunstancias de las personas es una preocupación por promover su
cantidad para que persiga sus fines. Si tratando de igualar en los medios
impedimos que alguien alcance sus fines, entonces hemos fallado por completo.
Si
no podemos alcanzar una plena igualdad en las circunstancias y no siempre
deberíamos tratar de alcanzar, entonces qué deberíamos hacer? Dadas estas
dificultades, la negativa de Rawls a compensar las desventajas naturales tiene
sentido. Al incluir las desventajas naturales es el indicador que determina a
los menos favorecidos parece crearse un problema insoluble. No queremos ignorar
tales desventajas, pero tampoco debemos igualarlas, qué podría hacer en el punto
medio, si no actos de compasión o piedad ad
hoc?
La
propuesta de Dworkin es similar a la idea de Rawls de una situación original.
Tenemos que imaginar que la gente se halla tras el velo de la ignorancia. No
saben su lugar en la distribución de las aptitudes naturales, y tiene que
suponer que son igualmente susceptibles de padecer algunas de las desventajas
naturales que pueden sobrevenir. Damos a cada persona una porción igual de
recursos -las 100 balas de almejas - y les preguntamos cuánto de sus
proporciones están dispuestos a gastar en un seguro contra la posibilidad de
resultar inválidos, o desfavorecidos de otra manera en la distribución de las
dotaciones naturales. La gente puede estar dispuesta a gastar, por ejemplo, un
30% de su lote de los recursos en tal seguro, que les permitiera comprar un cierto
nivel de convertura frente a las diferentes desventajas que pueden sufrir. Si
podemos darle sentido a este hipotético seguro de mercado, y encontrar una
respuesta correcta a la pregunta acerca de qué seguro compraría la gente,
entonces podríamos utilizar el sistema
impositivo para duplicar los resultados. Los ingresos por impuestos serían una
vía para recaudar las primas que la gente hipotéticamente estaría de acuerdo en
pagar, y los distintos esquemas de bienestar, cuidado médico, y programa contra
el paro serían vías para hacer efectiva la cobertura de aquellos que estuviesen
sufriendo desventajas naturales cubiertas por el seguro.
Esto
nos brinda una vía intermedia entre ignorar las asignaciones naturales y tratar
en vano de igualar las circunstancias. No nos llevaría a pasar por alto el
problema, porque todos comprarían determinado seguro. Es irracional no
proporcionar alguna potenciación contra las calamidades que les pueden
acontecer. Por nadie gastaría todas sus valvas de almejas en seguros, ya que no
les quedaría nada para la prosecución de sus propios fines. La cantidad de los
recursos sociales que dedicamos a compensar las desventajas naturales se limita
a la convertura que la gente compraría a través de primas que se les prestaría
de su lote inicial (Dworkin, 1981, pp. 296-299).
Conforme
a este sistema, todavía algunas personas se encuentran desfavorecidas
inmerecidamente, por lo que aún no hemos encontrado la distribución, sensible a
las ambiciones e insensible a las dotaciones, que estábamos buscando. Pero,
hagamos lo que hagamos, no podemos alcanzar este objetivo, por lo que
necesitamos una teoría de lo <<segundo-mejor>>. Dworkin afirma que
su sistema del seguro es una teoría equitativa de lo segundo-mejor, porque es
el resultado de un procedimiento de decisión equitativo. Se genera por un
procedimiento que trata a cada uno como un igual, y excluye causas obvias de
injusticias, de tal modo que nadie acaba en una posición privilegiada en la
compra del seguro. Todos pueden reconocer y aceptar la equidad de dejar que las
compensaciones vengan determinadas por lo que ellos habrían elegido en tal
hipotética posición de igualdad.
Podría
parecer que la falta de voluntad de Dworkin por tratar de hacer todo lo que
podamos para reducir los efectos de las desventajas naturales muestra una
insuficiente consideración por el bienestar de los desfavorecidos. Después de
todo, no eligieron ser desfavorecidos. Sin embargo, si tratamos de proporcionar
la más alta cobertura posible a aquellos que acaban siendo desfavorecidos, el
resultado sería el de la << esclavitud de los más cualificados>>.
Considérese la situación de aquellos que deben pagar el seguro sin recibir
ninguna compensación:
Alguien
que <<pierde>> en este sentido debe trabajar lo bastante duro como
para cubrir sus primas antes de estar listo para establecer los compromisos
entre trabajo y consumo que hubiera realizado libremente en caso de no haberse
asegurado. Si el nivel de cobertura es tan alto, los asegurados se verán
esclavizados, no sólo porque la prima está alta, sino porque es extremadamente
imposible que sus aptitudes sobrepasen en mucho el nivel que han escogido, lo
que significa que deben trabajar largo y tendido, y que no podrán escoger
demasiado el tiempo de trabajo que deberán realizar (Dworkin, 1981, p. 322).
Aquellos que resultaron afortunados en la
lotería natural se verán forzados a ser tan productivos como sea posible para
poder pagar las primas tan altas que hipotéticamente habrían comprado contra
las desventajas naturales. El esquema del seguro dejaría de ser una limitación
que los demás cualificados esperarían razonablemente admitir en la decisión
acerca de cómo desarrollar sus vidas, y se convertiría más bien, en el factor
determinante de sus vidas. Sus cualidades resultarían un lastre que limitaría
sus opiniones, más que un recurso que las ampliase. El sistema del seguro
tendría como efecto que aquellos con más cualidades acabarían teniendo menos
libertad para elegir su combinación preferida de ocio-consumo que aquellos con
menos. Por lo tanto, una igual consideración tanto para los aventajados como
para los desfavorecidos exige algo diferente a una redistribución máxima para
los desfavorecidos, aun cuando así los desfavorecidos acaben por envidiar a los
mejores dotados.7
Jan Narveson apunta que este
fracaso para asegurar la satisfacción del test de la envidia en el mundo real
socava la teoría de Dworkin. Supóngase que Smith nace con desventajas naturales
respecto de Jones, de modo tal que Jones está capacitado para obtener mayores
ingresos que Smith. Incluso si gravamos a Jones con la suscripción de las
obligaciones del seguro, que surgen de la hipotética subasta, Jones tendrá una
mayor renta que Smith, una desigualdad no merecida. Como dice Narveson: “El
hecho es que en el mundo real Smith se encuentra, respecto de cualquier medida
que afecte a él o a Jones, un buen trecho por detrás que Jones. ¿Podemos
sostener honestamente que el conjunto de condicionamientos añadidos al conjunto
de recursos que de hecho tiene la “compensa” suficientemente en términos de una
sustancial teoría de la igualdad?” (Narveson, 1983, p. 18). En el mundo, el
test de la envidia fracasa y, como dice Narveson, parece curioso decir que lo
hemos compensado, mediante la satisfacción de un test de la envidia en alguna
situación hipotética.
C) LOS EQUIVALENTES EN EL MUNDO REAL:
IMPUESTOS
Y REDISTRIBUCIÓN.
Suponiendo que el modelo del
seguro sea válido, aunque sea un seguro
mejor, como respuesta al problema de igualar las circunstancias, ¿Cómo
podríamos aplicarlo en el mundo real? No puede ser mediante la obligación de
unos contratos de seguro reales porque el mercado de seguros era puramente
hipotético. Entonces ¿Qué se corresponde en el mundo real con la compra de
primas y la asignación de una cobertura? Anteriormente sostuve que podemos usar
el sistema impositivo para recaudar las primas de los naturalmente aventajados,
y usar los esquemas de bienestar como una vía para hacer efectivas las
coberturas de los desfavorecidos. Pero el sistema impositivo solo se acerca a
los resultados del esquema de seguros, por dos razones (Dworkin, 1981, pp.
312-314)
Primero,
en el mundo real no existe una forma de medir cuales son las ventajas y
desventajas reales de la gente. Una razón para ello es que una de las cosas que
la gente elige hacer con su vida es desarrollar sus talentos. Personas que
comenzaron con iguales talentos naturales pudieron terminar teniendo grados de
habilidad diferentes. Este tipo de diferencia no merece compensación, dado que
reflejan diferentes elecciones. Del mismo modo, personas que comenzaron con
mayores habilidades también pudieron desarrollarlas aún más, por lo que, luego,
las diferencias de talento reflejan parcialmente diferencias en los talentos
naturales y diferencias en las elecciones. En tales casos, algunas, pero no
todas las diferencias de talentos, merecen compensación. Esto resulta
extremadamente difícil de medir.
Además,
resulta imposible determinar antes de la subasta que es lo que debe contar como
una ventaja natural. Esto depende del tipo de habilidades que valoren las
personas, lo que depende a su vez de los objetivos que tengan para sus vidas.
Ciertas habilidades (por ejemplo, la fuerza fiscal) con menos importantes ahora
que antes, mientras que otras (el pensamiento matemático abstracto, por citar
un caso) son muchos más valiosas. No existe una vía para conocer, con
anterioridad a las elecciones de la gente, que capacidades naturales implican
ventajas y cuales desventajas. Este criterio cambia constantemente (si no
radicalmente) y sería imposible controlar estos cambios.
¿De
qué manera podemos entonces establecer equitativamente el esquema de seguros,
dadas las imposibilidades para identificar las recompensas que se incrementan
debido a las cualidades y no a las ambiciones? Tal vez la respuesta de Dworkin
sea algo decepcionante: gravamos a los ricos, aun cuando algunos llegaron allí
solo mediante sus esfuerzos y sin ventajas naturales, y apoyamos a los pobres,
aun cuando algunos, como el jugador de tenis, se encuentran allí por elección y
sin ninguna desventaja natural. Por lo tanto algunas personas tendrán menor
cobertura de la que hipotéticamente comprarían, solo porque ahora, a fuerza de
trabajar duro, han alcanzado la categoría superior de ingresos. Y algunos
obtendrán mayor cobertura de la que merecen, solo porque tienen estilos de vida
más caros.
Un
segundo problema con la aplicación de este modelo es que las desventajas naturales
no son la única causa de las circunstancias desiguales (incluso en sociedades
con igualdad de oportunidades para diferentes razas, clases. O sexos). En el
mundo real carecemos de información completa, de suerte que el test de la
envidia puede no cumplirse cuando ocurren hechos inesperados. Una plaga puede
arruinar durante años los cultivos de nuestro horticultor, lo que le dejaría
con escasos ingresos. Sin embargo, a diferencia del tenista, no eligió llevar
un estilo de vida improductivo. Lo que ocurrió fue una contingencia natural
totalmente improvista y sería un error hacerle pagar por todos los costes del
estilo de vida elegido. Si hubiera sabido que esto iba a resultar tan costoso,
habría elegido un plan de vida distinto (a diferencia del tenista, que era
consciente de los costes de su estilo de vida). Este tipo de costes inesperados
requieren un trato equitativo. Pero si procuramos compensarlos mediante un
seguro similar al que se aplica a las cualidades naturales, el resultado tendrá
todos los defectos de ese otro seguro.
Ahora
tenemos dos causas de desviación respecto del ideal de una distribución
sensible a las ambiciones e insensible a las dotaciones. Queremos que el
destino de las personas este determinado por las elecciones que estas hacen desde
un punto de partida justo y equitativo. Pero la idea de un punto de partida
justo no solo incluye una impracticable compensación para las dotaciones
desiguales, sino también un impracticable conocimiento de hechos futuros. Se
necesita lo primero para igualar las circunstancias, y lo segundo para conocer los costes de nuestras
elecciones, y por lo tanto hacernos responsables por ellas. El sistema del
seguro es una respuesta de lo segundo mejor a estos problemas, y el sistema de
los impuestos es una respuesta de lo segundo mejor al problema de la aplicación
del sistema del seguro. Dada esta distancia entre el ideal y la práctica, es
inevitable que algunas personas resulten inmerecidamente perjudicadas por sus
desafortunadas circunstancias, mientras que otras resulten inmerecidamente
subvencionadas en los costes de sus elecciones.
¿No
podemos hacer nada mejor para alcanzar una distribución sensible a la ambición
e insensible a las dotaciones? Dworkin reconoce que podríamos alcanzar uno u
otro de estos objetivos de modo más completo. De todas formas, los dos
objetivos llevan a direcciones opuestas: cuando más tratamos de distribuir de
un modo sensible a las ambiciones, más probabilidad tenemos de que algunas
personas desfavorecidas en sus circunstancias acaben siendo inmerecidamente
perjudicadas, y viceversa. Estas son dos desviaciones, igualmente importantes,
respecto al ideal, por lo que una respuesta que se centre en una, con la
exclusión de la otra, resulta inaceptable. Debemos emplear ambos criterios, incluso
si el efecto es el de que ninguno de ellos acabe siendo enteramente satisfecho
(Dworkin, 1981, pp. 327-328, 333-334).
Esta
es una conclusión más bien decepcionante. Dworkin argumenta de modo convincente
que una distribución justa debe identificar «qué aspectos de la posición
económica de alguien derivan de sus elecciones y cuáles de ventajas y
desventajas que no son una cuestión de elección» (Dworkin, 1985, p. 208).
Pero parece que en la práctica su ideal es «indistinguible en sus implicaciones
estratégicas» de otras teorías, como el principio de diferencia de Rawls, que
no establecen esta distinción (Carens, 1985, p.67; cf. Dworkin, 1981, pp.
338-344). Los cálculos hipotéticos que requiere la teoría de Dworkin son
complejos, y su ejecución institucional tan difícil, que sus ventajas teóricas
no pueden trasladarse a la práctica (Mapel, 1989, pp. 39-56; Carens, 1985, pp.
65-67; Varian, 1985, pp. 115-119; Roemer, 1985 a).
En
cualquier caso la teoría de Dworkin es de gran valor. Su idea del test de la
envidia describe y conforma una imagen clara de lo que sería para un esquema
distributivo satisfacer los objetivos básicos de la teoría de Rawls: Un esquema
distributivo respetuoso de la igualdad moral de las personas y que compensara
las circunstancias desiguales a la vez que mantuviera a los individuos
responsables por sus elecciones. Puede existir un sistema más apropiado para
llevar a la práctica estas ideas que la combinación de una subasta, esquemas de
seguros, e impuestos que Dworkin utiliza; pero si aceptamos estas premisas
fundamentales, Dworkin nos ha ayudado a clarificar sus consecuencias para la
justicia distributiva.
Vale
la pena que nos detengamos en un momento para revisar los argumentos hasta
ahora presentados. Comencé examinando el utilitarismo, que es atractivo por su
insistencia en interpretar la moralidad en términos de preocupación por el
bienestar de los seres humanos. Pero tal preocupación, que vimos que era una
preocupación igualitaria, no necesita exigir el incremento del bienestar. La
idea utilitarista de dar igual peso a las preferencias de cada persona tiene
alguna plausibilidad inicial como una vía para mostrar una preocupación igual
por el bienestar de las personas. Pero habitualmente, si lo analizamos, el
utilitarismo no satisface nuestro sentido acerca de lo que es tratar a las
personas como iguales, sobre todo por su carencia de una teoría del reparto
equitativo. Esta fue la motivación de Rawls para desarrollar una concepción de
la justicia que brindara una alternativa sistemática al utilitarismo. Cuando
examinamos las ideas predominantes acerca del reparto equitativo encontramos la
creencia según la cual es injusto que la gente resulte perjudicada por
cuestiones de pura suerte, por circunstancias que son moralmente arbitrarias y
están más allá de su centro. Esta es la razón por la que exigimos igualdad de
oportunidades para personas con diferentes características de raza y clase sin
embargo la misma intuición debería decirnos que reconozcamos la naturaleza
arbitraria del lugar que ocupa la gente en la distribución de las asignaciones
naturales. Esta es la motivación del principio de diferencias de Rawls,
conforme al cual los más afortunados solo reciben recursos extras si esto
beneficia a los más desafortunados.
Pero
el principio de diferencia implica al mismo tiempo una reacción exagerada y una
reacción insuficiente frente al problema de las desigualdades no merecidas. Es
insuficiente al no proporcionar ninguna compensación de las ventajas naturales;
y representa una reacción exagerada a excluir las desigualdades que reflejan
elecciones, más que circunstancias diferentes. Queremos una teoría que sea más
sensible a la ambición y menos sensible a las cualidades personales que el
principio de diferencia de Rawls. La teoría de Dworkin aspira a satisfacer
ambos objetivos inseparables. Pero vimos que es imposible alcanzar ambos
objetivos en su forma más pura. Cualquier teoría del reparto equitativo tendrá
q ser una teoría de lo segundo mejor. El sistema de subasta y seguro de Dworkin
es una propuesta para resolver equitativamente la tensión entre estos dos
objetivos centrales de la concepción liberal de la igualdad.
En
consecuencia, la teoría de Dworkin fue una respuesta a los problemas propios de
la concepción de la igualdad de Rawls, del mismo modo que la teoría de Rawls
fue una respuesta a los problemas propios de la concepción utilitarista de la
igualdad. Cada una de ellas puede considerarse un intento de perfeccionar, más
que de rechazar, las intuiciones básicas que motivan la teoría previa. El
igualitarismo de Rawls supone una reacción contra el utilitarismo, pero también
resulta en parte un desarrollo de las intuiciones fundamentales del
utilitarismo, y lo mismo es cierto respecto de la relación entre Dworkin y
Rawls. Cada teoría defiende sus propios
principios apelando a las mismas intuiciones que llevaron a algunos a adoptar
la teoría previa.
5. La política de la igualdad liberal
Una
forma común de describir el panorama político es decir que los liberales buscan
un compromiso entre los libertaritas por la derecha, que creen en la libertad y
los marxistas por la izquierda, que creen en la igualdad. Se supone que esto
explica porque los liberales apoyan el estado del bienestar que convino las
libertades y desigualdades capitalistas con diferentes políticas igualitarias
del bienestar (verbigracia, Sterba, 1988, p. 31). Pero las descripciones
insuficientes, por lo menos respecto a los liberales que he analizado. Si
aceptan algún tipo de libertades económicas susceptibles de generar desigualdades,
ellos no son porque crean en la libertad como opuesta a la igualdad. Más bien,
creen que tales libertades económicas resultan necesarias para poner en
práctica su propia idea general sobre la igualdad. El mismo principio que le
dice a los liberales que permitan la libertad de mercado - esto es, que hace a la gente responsable de
sus elecciones – Les impele también a limitar el mercado donde este perjudique
a las personas por razones que no tengan que ver con sus elecciones. La misma
concepción de la igualdad subyace tanto a la libertad de mercados como a sus
limitaciones. De ahí que los liberales favorezcan una economía mixta y un
Estado del bienestar, no como una forma de compromiso entre ideales en
conflicto, «Dworkin, 1978, p. 133; 1981, pp. 313, 338».
Sin
embargo ¿Es cierto que el cumplimiento de esta teoría realmente nos llevaría al
conocido estado del bienestar? Es difícil decir exactamente qué tipo de medidas
políticas se requieren esta teoría se sugiere una familiar combinación de
libertades de mercado con impuestos estatales. Pero también se exige que cada
persona comience su vida con una porción igual de recurso, lo que resulta un
sorprendente ataque a las divisiones de clase, raza y genero firmemente
establecidas en nuestra sociedad podría reclamarse a las medidas políticas de
los gobiernos relativamente radicales que eliminasen tales jerarquías
firmemente establecidas, por ejemplo, mediante la nacionalización de la
riqueza, programas, hacer que los trabajadores sean propietarios de la empresas,
salarios para las amas de casa, la asistencia sanitaria pública, la educación
universitaria gratuita, etc. Tendríamos que considerar estas medidas políticas
una por una para ver si nos acercan más a los resultados de la hipotética
subasta, y estos dependerán, por lo general, de las circunstancias
particulares. Tal vez la igualdad liberal defendería algo así como nuestros
actuales sistemas de impuestos progresivos, pero solo tras una re distribución
radical, ejecutada de una sola vez de las riquezas y la propiedad (Krouse y McPherson, 1988, p. 103). La teoría de
Dworkin no responde a estas preguntas, si no que tan solo ofrece el marco de
discusión.
Aunque
es difícil decir exactamente qué es lo que la teoría de Dworkin significara en
la práctica, parece cierto que el compromiso liberal con las instituciones no
ha podido mantenerse en sus obligaciones teóricas contraídas. William Connolly
apunta que las premisas teóricas del liberalismo pueden combinarse con sus
instituciones tradicionales «en la medida en que sea posible creer en el estado
de bienestar pueda ser el vehículo de la libertad y la justicia dentro de una
economía de crecimiento probada incorporada» (Conolly, 1984, p. 233). De todos
modos sostiene que la exigencia de la economía privada entra en conflicto con
los principios de justicia que subyacen al estado del bienestar. El estado del
bienestar necesita una economía de crecimiento que apoye sus programas re
distributivos, pero la estructura de la economía es tal, que el crecimiento
solo puede asegurarse mediante medidas políticas inconsecuentes que los
principios de justicia que subyacen a tales programas del bienestar (Conolly,
1984, pp. 227-231).
De
acuerdo con Connolly, esta ha llevado a una “bifurcación en el liberalismo”.
Una corriente está sujeta a las instituciones tradicionales de la práctica
liberal, y exhorta a la gente a reducir sus expectativas por lo que a la
justicia y a la libertad. La otra corriente (en la que incluye a Dworkin)
reforma tales principios, pero “el compromiso con los principios liberales se
halla cada vez más amenazado por la ruptura con las cuestiones prácticas… este
liberalismo de principios no se encuentra cómodo ni con la civilización de la
productividad ni está preparado para desafiar su hegemonía” (Connolly, 1984, p.
234).
Pienso
que esto describe adecuadamente la condición del liberalismo contemporáneo. Los
ideales de la igualdad liberal son admirables, pero requieren reformas más
amplias de las que Rawls y Dworkin han indicado explícitamente. Nadie ha
desafiado la “civilización de la productividad” cuyo mantenimiento ha implicado
la perpetuación y habitualmente el incremento de las firmemente establecidas
desigualdades de raza, clase, y género.
Dworkin
habitualmente expone sus ideales como si los resultados más obvios o probables
de la puesta en práctica de su concepción de la justicia fuesen el incremento
del nivel de las transferencias de ingreso entre los que desempeñan los papeles
sociales existentes (por ejemplo, Dworkin, 1981, p 321; 1985, p 208). Sin embargo,
su teoría presupone una reforma más radical, esto es, un cambio en el modo de
definir los papeles existentes. Como él mismo reconoce, entre los componentes
importantes de los recursos al alcance de una persona se encuentran la
oportunidad de desarrollar las capacidades, la realización personal, y el
ejercicio de la responsabilidad. Estas son cuestiones que no tienen que ver con las recompensas
materiales de un determinado trabajo, sino con las relaciones sociales que
define tal trabajo. Las personas no elegirían incorporarse a relaciones
sociales que les rueguen tales oportunidades, o les sometan a relaciones de
dominación o degradación. Desde una posición de igualdad, las mujeres no
habrían estado de acuerdo con un reparto de papeles sociales que define los
trabajos “masculinos” como superiores y dominantes frente a los trabajos
“femeninos”. Y los trabajadores no habrían estado de acuerdo con la exagerada
distinción entre el trabajo “intelectual” y el “manual”. Sabemos que la gente
en una posición de igualdad inicial no habría elegido tales papeles, porque han
sido creados sin el consenso de las mujeres y los trabajadores, y de hecho, a
menudo éstos exigen su supresión legal y política. Por citar un caso, la
división de la autoridad entre médicos y
enfermeras fue combatida por las mujeres practicantes de la asistencia
sanitaria (Ehrenreich y English, 1973, pp. 19-39), y el sistema de
“administración científica” fue combatido por los trabajadores (Braverman,
1974). Ambos cambios habrían tenido una forma sustancialmente diferente si las
mujeres y los trabajadores hubiesen tenido el mismo poder que los hombres y los
capitalistas.
Dworkin afirma que la
creciente transferencia de ingresos está justificada, ya que podemos suponer
que los pobres estarían dispuestos a realizar el trabajo en puestos con mejores
salarios si se incorporasen al mercado en pie de igualdad (Dworkin, 1985, p. 207).
Sin embargo también podemos imaginar que si los pobres accediesen al mercado en
pie de igualdad, no aceptarán relaciones de desigualdad ni de dominación.
Tenemos tantas evidencias a favor de lo último como de lo primero. Por lo
tanto, los liberales no sólo deberían redistribuir las rentas desde los médicos
a las enfermeras, o desde los capitalistas a los trabajadores, sino que también
deberían asegurar que los médicos y los capitalistas no tuviesen el poder para
establecer relaciones de dominación. La justicia requiere que la situación de
la gente iguale los resultados de las pruebas hipotéticas empleadas por Rawls y
Dworkin, no sólo por lo que se refiere a los ingresos, sino también por lo que
se refiere al poder social. Concentrarse sólo en la redistribución de la renta
implica cometer “el gran error de los reformistas y los filántropos…considerar
las consecuencias del poder injusto, en lugar de ocuparse de la injusticia
misma” (Mill, 1965, p. 953).
Es
interesante observar que el mismo Rawls niega que los principios de la igualdad
liberal puedan ser satisfechos por el Estado del bienestar, y presenta la idea,
bastante diferente, de una “democracia de propietarios” (1971, p. 274). Las
diferencias han sido descritas de este modo:
El
capitalismo del Estado del bienestar (según se suele entender) acepta severas
desigualdades de clase en la distribución del capital físico y humano, y busca
reducir las consiguientes disparidades en los resultados del mercado mediante
impuestos redistributivos y programas de transferencias. Por el contrario, la
democracia de propietarios apunta a reducir fuertemente la desigualdad en la
subyacente distribución de propiedad y riqueza; y a una mayor igualdad en la
oportunidad de invertir en el capital humano, de modo tal que el funcionamiento
del mercado genere desigualdades en el punto de partida. De este modo los dos
regímenes alternativos ejemplifican dos estrategias alternativas para
contribuir a la justicia en la política económica: El capitalismo del Estado
del bienestar acepta una desigualdad sustancial en la distribución inicial de la propiedad y de las capacidades con las
que estemos dotados, y luego propicia una redistribución ex post de las rentas;
la democracia de propietarios busca una mayor igualdad ex ante en la
distribución de la propiedad y de las capacidades con las que estamos dotados,
con un correspondiente menor acento en las subsiguientes medidas
redistributivas (Krouse y McPherson, 1988, p. 84).8
8. Mientras Dworkin sostiene
que una distribución justa requeriría una mayor redistribución del bienestar de
la que de hecho se proporciona. Rawls afirma que una distribución justa no
implicaría tanto. Parece pensar que el mercado de ingresos en una democracia de
propietarios satisfará naturalmente el principio de diferencia (Rawls, 1971, p.
87), y que cumplirá la distribución sensible a las ambiciones e insensible a
las dotaciones de la idea de Dworkin (Rawls, 1971, p. 305; cf. DiQuattro, 1983,
pp. 62-63). Por lo tanto se opone a un impuesto sobre la renta progresivo, y a
una amplia redistribución de los ingresos del mercado (Rawls, 1971, pp.
278-279). Como Mill, Rawls parece pensar que la provisión de bienestar resultaría
de <<importancia mucho menor>> donde el <<reparto de la
propiedad fuese satisfactorio>> (Mill, 1965, p. 960). Pero si Dworkin
desconoce la necesidad de distribuir igual la propiedad, Rawls descuida la
necesidad de distribuir ingresos de modo equitativo. Porque aun en su
democracia de propietarios habrá diferencias inmerecidas en las necesidades
debidas a las desventajas naturales y otros infortunios (Krouse y McPherson,
1988, pp. 94-99; Carens, 1985, pp. 49-59; 1986, pp. 40-41).
Esto nos lleva a otra diferencia interesante entre Rawls y Dworkin. Rawls piensa que el principio de diferencia, en la práctica, resultará similar a la distribución ideal de Dworkin, sensible a la ambición e insensible a las dotaciones, dado que ni los mercados ni los gobiernos pueden distinguir entre dotaciones y ambiciones. Por lo tanto ambos sostienen que su teoría resultará similar a la otra, en la práctica, aunque por razones diferentes.
Atacar
la desigualdad de este modo, señala Rawls, impedirá las relaciones de
dominación y degradación dentro de la división del trabajo: “nadie necesita
depender servilmente de os demás y verse obligado a elegir entre ocupaciones
monótonas y rutinarias que inhiban el pensamiento y la sensibilidad humana”
(Rawls, 1971, pp. 281, 529; cf. Krouse y McPherson, 1988, pp. 91-92; DiQuatro,
1983, pp. 62-63).
Por
desgracia, Rawls no nos ofrece una mayor descripción acerca de esta democracia
de propietarios; como sostiene un crítico: “estas sugerencias nunca encuentran
su lugar dentro de la esencia de su teoría de la justicia”(Doppelt, 1981, p.
276). Más que una propuesta, bastante modesta, para limitar estas herencias,
Rawls nos deja sin ninguna idea acerca de cómo hacer frente a las injusticias
de nuestra sociedad. Por lo tanto se entiende que muchos críticos vean a Rawls
como si ofreciera “una apología filosófica de una rama igualitaria del
capitalismo del Estado del bienestar” (Wolff, 1977, p. 195; cf. Dopppelt, 1981,
p. 262; Clark y Gintis, 1978, pp. 311-314).
De
acuerdo con Dworkin, las premisas igualitarias que subyacen a la teoría de
rawls (y a la suya propia) “no pueden rechazarse en nombre de algún concepto
más radical de igualdad, porque este no existe” (Dworkin, 1977,p,182). De
hecho, parece que tal premisa tiene implicaciones más radicales de las que
Dworkin y Rawls reconoce, implicaciones
que las tradicionales instituciones liberales resultan incapaces de
asumir. Podría ser que aplicar la justicia rawlsiana o dworkiniana nos acerque más
al socialismo de mercado que al capitalismo del Estado del bienestar (Buchanan,
1982, pp 124-131, 150-152; DiQuattro, 1983). Podría también acercarnos a
cambios radicales en las relaciones entre los sexos. El estado del bienestar no
ha detenido la creciente femizacion de la pobreza, y si continúa en su actual
tendencia, para el año 2000 todos los situados dentro del umbral de la pobreza
serán mujeres o niños. De más está decirlo, tales pésimas distribuciones no se
corresponden con los resultados de elecciones libres en la posición originaria
de Rawls o de la subasta de Dworkin. De todos modos, ninguno de los teóricos
dijo nada respecto de cómo resolver esta sistemática devolución de los papeles
de la mujer. Por supuesto, Rawls define
suposición original (como una asamblea de “padres de familia”), y sus
principios distributivos (como un cálculo de la “renta doméstica”), de manera
que las cuestiones acerca de la justicia de tales acuerdos dentro de la familia
quedan, por definición, fuera de discusión) (okin, 1987.p.49).de todos los
problemas de los cueles los liberales contemporáneos se han desligado, el de la
desigualdad sexual constituye el caso más llamativo, y aquella a las que las instituciones liberales parecen
menos capaces de hacer frente (véase cap.7.apartado1).
En
consecuencia, la relación entre la teoría liberal contemporánea y la práctica
política del liberalismo tradicional no resulta clara. Las dos han terminado
adoptando una diversidad de formas. No solemos referir al liberalismo como la
teoría política “predominante”, en
oposición a la teoría radical o critica. Tal denominación es adecuada en un
sentido, dado que Rawls y Dworkin tratan de articular y defender los ideales
que siguen ellos constituyen la base moral de nuestra cultura liberal
demócrata. Pero en otro sentido, resulta inadecuada si implica que las teorías
liberales están comprendidas con la defensa de todos los aspectos de las
políticas liberales predominantes, o con el rechazo de todos los aspectos de
los programas políticos de otras tradiciones. Resultaría erróneo suponer que la
explicación de la igualdad liberal que he presentado se encuentra
necesariamente vinculada alguna
institución liberal en particular, o que necesariamente se opone a alguna
particular propuesta socialista o feminista. Tendremos que esperar hasta que
examinemos estas otras teorías antes de determinar el alcance de sus sustancias
con igualdad liberal.
Algunos
opinan que si los liberales suscribiesen estas reformas más radicales, abrían
abandonado su liberalismo. Ello parece
excesivamente restrictivo, dado los
lazos históricos entre el liberalismo y el radicalismo (gutmann, 1980), también
resulta engañoso, porque sin importar cuanto nos distancien los principios
liberales de las practicas liberales tradicionales, siguen siendo todavía
claramente principios liberales. En este aparato es sostenido que los liberales
necesitan pensar claramente acerca de la necesidad de adoptar medidas políticas
más radicales9. En los capítulos subsiguientes sostendré que los
teóricos radicales necesitan penar nuevamente en la adopción de principios
liberales. Del mismo modo en que a menudo se dice que la práctica liberal
acostumbra a ser un flaco servicio a los principios liberales, señalare que los
principios radicales a menudo hacen un flaco servicio a las medidas políticas
radicales. Pero antes, sin embargo, examinare una teoría según la cual los
liberales han ido demasiado lejos en la dirección de la igualdad social y
económica.
9. Me he preocupado,
primeramente, por mostrar que la visión liberal igualitaria acerca de una
sociedad idealmente justa apoya objetivos bastantes radicales. Es una pregunta
adicional la de si los liberales deberían adoptar medios radicales para
alcanzar tales objetivos. Respecto de esta pregunta, Rawls y Dworkin son
explícitamente reformistas más que revolucionarios. Ambos afirman que el
respeto a la libertad de las personas tiene prioridad sobre, y le pone límites
a, la consecuencia de una distribución justa en recursos materiales (Rawls,
1971, p. 303; 1982 b.p.11; Dworkin, 1987, pp. 48-49). No puedo discutir aquí
ese punto, aunque estas estipulaciones parecen más bien arbitrarias, e
injustificadas para aquellos que suscriben la teoría de Rwals (Pogge, 1989, pp.
127-148).
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